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El tesoro de la Iglesia son los pobres (S. Lorenzo)

9 de Septiembre del 2015 - José Fuentes y García-Borja (Oviedo)

Roma, persecución del emperador Valeriano, año 258 d.C. Lorenzo fue el joven al que el papa San Sixto II, mártir, en su viaje a España quiso llevar consigo a Roma para hacerlo uno de sus siete diáconos. Era Lorenzo la figura de la juventud sirviendo al altar junto al Pontífice: era todo un triunfo del Espíritu Santo por su dedicación a los pobres y a los bienes de la Iglesia. Lorenzo era el fiel guardador del más grande tesoro de la Iglesia, los pobres; así lo escribieron Prudencio y los santos padres; su trabajo fue, en el lenguaje de hoy, el de director de Cáritas.

El emperador y sus consejeros codiciaban esos fondos. El prefecto de Roma llama a Lorenzo y reclama los bienes de la Iglesia para las arcas del emperador. San Lorenzo contesta: “Los bienes que tiene la Iglesia son los diezmos que damos los cristianos para los necesitados; déme un plazo breve para inventariarlo todo y se lo entregaré”. Tres días le concede el prefecto. Al tercer día se presenta Lorenzo y con sobria palabra de español le dice. “Ven y verás en este atrio espacioso: ahí está todo”, y San Lorenzo le presenta a los pobres, ancianos, niños, familias enteras que atendían él y sus ayudantes, y con voz clara y segura dice: “Éstos son el tesoro de la Iglesia, como hizo Jesús, el Hijo de Dios; así hacemos los cristianos hoy y así hará la Iglesia siempre: eran los más queridos de Jesús, también son los nuestros”.

El prefecto, al no poder arrancar ni un denario, hace esta escalofriante amenaza: “Tengo entendido que la muerte es aceptada por los mártires; la tendrás: te mulliré un lecho de brasas y llamas... Y ya me traerás noticias de Vulcano, el dios de la fragua”.

Sabemos que Dios misericordioso no se deja ganar en generosidad; así que Jesús, tan bien vivido en el corazón y manos de Lorenzo, “transformó las brasa, al ser tocadas por la piel de San Lorenzo, en un blando lecho de flores y la Luz de Dios empezó a irradiar desde el cuerpo de Lorenzo ante los ojos de los pobres y demás cristianos allí reunidos. Llorando escucharon a nuestro santo que se despedía: “He vivido para vosotros que el Señor puso en mi vida y ahora le veo glorioso”; y volviéndose al prefecto, Cornelio Secularis, exclama: “Dile al emperador que el autor de sus triunfos es Dios Nuestro Señor que quiere reine la fraternidad entre todos los pueblos, que todos tengamos una ley justa: ‘Roma y la paz son una sola cosa’ (‘Pax et Roma tenent’)”. Y dirigiéndose al Señor concluyó: “Concede, oh Cristo, que esta ciudad sea cristiana, como son las otras en las que Tú, Señor, sembraste tu evangelio por los apóstoles y santos padres; y envía de nuevo a tu ángel Gabriel”, quiso decir Rafael, “para que limpie la ceguera de los incrédulos y vean a Dios que les ama”. “Terminó de hablar y los cristianos vieron salir el espíritu de Lorenzo volando al cielo”.

La muerte de San Lorenzo fue la muerte de la idolatría.

Esta narración está basada en el himno “Las Coronas”, que escribió el español Aurelio Prudencio, contemporáneo del santo.

Ante esta vida y muerte de San Lorenzo, ¿cómo serán nuestras limosnas para los necesitados en las colectas de las misas del próximo primer domingo de mes que les damos por medio de Cáritas? Ésta nos informa que van creciendo por la seguridad de su entrega a cuantos llaman a sus puertas siempre abiertas para ellos.

José Fuentes y García-Borja, canónigo de la Catedral

Oviedo

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