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Las suelas gastadas de Aylan

13 de Septiembre del 2015 - Agustin Hevia Ballina

Sobre la tibia arena de una playa, en un lugar cualquiera del mundo, acariciado por las olas, inmóvil y yerto, yace el tierno cuerpecito de Aylan, un niño sirio que fue arrebatado de los brazos cálidos de su madre por el oleaje del mar. Un niño de tres añitos tan sólo. Su cuerpecito frágil se halla tendido, en el más cruel de los desamparos, abandonado y solo, con la única compañía de las espumas de las olas que agotan su ciclo en la playa. La tierna cabecita del niño Aylan recibe la caricia del mar inmenso. La playa se encuentra solitaria a no poder más. En soledad casi infinita, allí yace el cuerpecito tierno de Aylan.

Los bracitos tiernos de la criatura, impotente, desvalida, en el más absoluto abandono, parecen querer abrazarse a la madre, que, en lejanía, inmisericorde, se tragó el mar. Tan sólo el ojo cálido de la cámara se ha fijado en el tierno cuerpecito. En la inmensa soledad de aquella playa, tendido y exánime, agotado de tanto bregar por sus tan sólo tres añitos, yace el cuerpecito tierno del niño Aylan, de todos los niños Aylan que va dejando al descubierto el oleaje cruel de la existencia. Un grito infinito, un clamor sin límites ni medidas, en decibelios de aquí abajo, se alza acusador a los cielos: “Lo habéis hecho vosotros, humanos todos, con vuestra pasividad”. Entre tanto, el cuerpecito yerto del niño Aylan –de todos los niños Aylan– yace abandonado y solitario en la playa del mundo, con sus bracitos que quisieran abrazar a la madre que le ha sido arrebatada. Son manitas inocentes, manitas indefensas, incapaces de abrazar otra cosa que las arenas cálidas de la playa, abrumadora de soledad.

Subtítulo: Un cuerpecito en una playa solitaria para vergüenza de la Humanidad

Descatado: El cuerpecito yerto del niño Aylan de todos los niños Aylan yace abandonado y solitario en la playa del mundo, con sus bracitos que quisieran abrazar a la madre que le ha sido arrebatada

Aylan, yacente y yerto, icono viviente del mayor de los dramas de la Humanidad, se halla tendido, impotente y solitario, sobre una playa del mundo. Aylan apenas sabía balbucir el nombre más sublime: “madre, mamá”. Su cuerpecito frágil y tierno ya no volverá a latir, ya no percibirá más la mano acariciadora de su madre. Ya no volverá más a mirarse en los ojos de aquella madre que tanto le amó, que tantas veces le dio el primer beso de la amanecida, que le dijo, entre hipos y lágrimas: “Aylan de mi alma; por lo menos me tienes a mí. Bésame, hijo de mis entrañas, dame todo tu cariño y tu corazón”. El último beso de su madre aún no se ha borrado de la carita de Aylan.

Ahora y por siglos de siglos, sobre la arena cálida de una playa, abandonado y solo, yacerá, acusador, el cuerpecito de Aylan. Cruelmente, inmisericordemente, despiadadamente, en su soledad, en su desconsuelo, en su abandono, todos los humanos hemos puesto un poco de nuestra colaboración, por dejadez, por no hacer o, más bien, por dejar de hacer. Examínate bien a ver la parte de culpa que, en la muerte de Aylan, te toca a ti o a mí, a todos.

Ahora y por siempre, en una playa solitaria, sumido en la mayor soledad, yace el tierno cuerpecito de Aylan. No hubo para Aylan sitio en la posada del mundo. Como para José y para María, para Jesús que estaba a punto de nacer. Tres años de vida fueron la muy corta de Aylan, para quien no hubo sitio –todo estaba ya ocupado– en todas las posadas de este mundo cruel. De la mano de su madre, amparado en la fortaleza y robustez de su padre, entre amarguras infinitas, fuiste, con sólo tus tres añitos, recorriendo los caminos de la más cruel y dura de las existencias. No te asombres, Aylan querido, de que para ti y para tu madre no haya habido sitio. Recorrías con tus pies agotados, sólo que al revés, el mismo camino en que te había precedido un día otro niño, el Niño Jesús, prófugo, desterrado, exiliado a Egipto. Los débiles siempre estaréis condenados a que os toque la peor suerte. La Humanidad se empeña en que no tengáis sitio.

Un rasgo dramático descubro en las suelas de tus playeros, Aylan querido: tus tacones se hallan desgastados de tanto caminar. Tus tres añitos parecen no dar verosimilitud a esas suelas gastadas de tanto caminar. Dejan bien insinuada la idea de tu caminar por esa existencia zarandeada hasta límites inimaginables, de la mano siempre de tu madre, con el cariño que te transmitía fuerza, recorriendo los senderos, los recovecos oscuros, los laberínticos pasillos de las cancillerías, de los gobiernos, de los ministerios, en trámites de nunca acabar, para concluir diciéndoos: “Para vosotros no hay sitio, no hay lugar en las posadas de aquí abajo”, “no hay reservada habitación” en este mundo cruel e inmisericorde. Las suelas gastadas de tus calzos, niño querido Aylan, reflejan el amargo deambular del desterrado, del exiliado, del que no tiene casa ni hogar. Ahora, querido Aylan, las suelas gastadas de tu calzado ya no van a gastarse más. Para seguir caminando, no tendrás ya la mano cálida de tu madre para guiarte, porque también dejó su vida en el mar. Al final, ya has encontrado sitio. la desierta playa del mundo de la crueldad te ha dado acogida, al fin. Ahora, Aylan querido, ya tienes “sitio” en el que reposar en paz. Tus tiernos piececitos ya no seguirán desgastando las suelas de tus calzos para ir de puerta en puerta por los senderos de las cancillerías, para que te digan destempladamente: “Ya le hemos dicho, señora, que no hay sitio”, os venían repitiendo a ella y a tu padre y a ti; y era como si te chascara en tu tierna conciencia de niño desvalido, como la más cruel de las bofetadas.

Ahora, ahí, en la playa, acariciado tan sólo por las olas del mar, está “tu sitio”. Tu sitio, abrazado a las cálidas y tibias arenas de la playa, exhibiendo como un timbre acusador las suelas gastadas de tus playeros, lo poco que no te arrebató el mar. Este mundo cruel de los humanos te ha reservado ese tipo de hospitalidad, Aylan querido. Tu cuerpecito yerto, tu tierno cuerpecito, casi en los albores de una vida que te aguardaba, está ahí, yaciendo para acusar de humana crueldad. Yaces ahí, querido niño Aylan, en esa playa solitaria para vergüenza de la Humanidad.

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