Sismógrafo eclesial hipersensible
Don Alberto Torga y Llamedo a cierto tipo de exabruptos ya nos tiene acostumbrados; en la prensa nos regala con frecuencia su muy expedito verbo servido por una pluma un tanto expeditiva. Pero los que tenemos la suerte de tratarlo y de apreciarlo en la vida real (y le llamamos simplemente Alberto o Torga), sabemos que, en su caso, el león no es tan fiero como así mismo se pinta. Lo que ocurre es que tiene el sismógrafo eclesial hipersensible y, al más mínimo movimiento de curia, se le disparan las alarmas.
Ahora mismo lo tiene en un ¡ay! la provisión inminente de la sede de Oviedo y los platos rotos de esos amores que matan los pagan unos cuantos monseñores y el cardenal de Madrid, al que llama «enredador» (LNE del 12/09/09). Personalmente, ese cardenal me inspira simpatía sólo con ver el odio africano que le profesan almas tan «naturaliter chistianae» como la Maruja Torres, la Rosa Regás, la Almudena Grandes o Carmen Gómez Ojea, y otras nobles abadesas de la misma congregación. Algo bueno tiene que tener ese hombre cuando lo ponen a caldo esas chicas tan descaradas y lenguaraces.
Don Alberto apuesta para Oviedo por el obispo de Bilbao, monseñor Blázquez. Me imagino al obispo Blázquez poniéndose a dieta con la llingua, después del atracón con el eusquera, que a este piadoso prelado lo van a hacer políglota a base de traslados. En cambio «sería para echarse a temblar si nos mandaran al obispo de Jaca-Huesca, Jesús Sanz Montes», nos advierte don Alberto. Debo de ser de los pocos lectores de LA NUEVA ESPAÑA que nunca había oído hablar de este Jesús Sanz y, mucho menos, de que fuera obispo de Jaca, por no saber, no sabía siquiera que Jaca tuviera Catedral (Jaca me suena como un sitio antiguo donde se hacía la mili). Y de repente me entero de todas estas cosas a la vez y, sobre todo, de que ese Sanz Montes, obispo de Jaca, es un señor que mete miedo. Los que compartan conmigo esta supina ignorancia estarán de acuerdo en que no parece muy cristiano echar así a los pies de los caballos a un desconocido, pero el mero hecho de que sea obispo (o de que, siéndolo de Jaca, pueda llegar a serlo de Oviedo).
–«Lo que necesitamos en Asturias es un pastor que tenga como primera preocupación restañar la unidad y la fraternidad del presbiterio diocesano, valorando a todos los sacerdotes, respetando y acogiendo su diversidad». Ni bordado. Pero, ¿por qué no se toma don Alberto un pequeño trago de esta medicina que tan piadosamente receta a los demás? ¿Es qué la «diversidad» de los obispos no merece también un poco de respeto y de acogida? Si la Iglesia fuera todavía una sociedad, no digamos ya de derecho canónico, pero con unos simples estatutos o, por lo menos, con un libro de estilo, más de un coscorrón le iba a caer a este presbítero; que no creo yo que en algún protocolo esté previsto que a los purpurados se les pueda tratar de «enredadores».
Desde luego que este don Alberto es lo que se decía antes «un carácter» y seguro que ya «da piccolo eri proprio discolo» (como decía de si mismo aquel cardenal tan romano en «Roma», de Fellini). Pero tal vez «non decet» seguir haciendo «l’enfant terrible», cuando además de ser cura se empieza a ser también presbítero en sentido etimológico.
Ramón Alonso Nieda
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