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Aprender a aprender

9 de Septiembre del 2015 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Asturias necesita un cambio, una nueva manera de aprender; quizás cambiando el modelo de las aulas. El chascarrillo puede ser acertado. Hemos enfrentado con autoridad modelos autoritarios y enfrentado autoridad con autoritarismo, es nuestro eterno dogma del antidogma: siempre el otro es un maldito dogmático. Es Platón con autoridad en la sombra de la caverna enfrentado al Heráclito en el luminoso río de la aristocracia. Negamos la realidad argumental del “racionalíceme usted eso” porque se enfrenta a la pancarta políticamente correcta que encabeza la manifestación que seguimos. Enfrentamos dogmáticamente el dogma de los creyentes como un Quijote de triste causa. La pregunta: “¿Por qué los españoles no aprenden?”, de Holm-Detlev Köhler, lleva implícita la afirmación de que nos equivocamos sin arrepentirnos para seguir destrozando productivos molinos de viento sin que sepamos volver a construirlos y sin haber aprendido para qué sirven. El cambio que se propone no es enfrentarse a los molinos, ni siquiera al viento entre sus aspas, mucho menos al huracán que mueve las aduladoras veletas de la política señalando su buena dirección, sino aprender a utilizarlo como si fuésemos una vela fenicia y navegar contra él en la marea. Aprender que frente a la realidad argumental del “racionalíceme usted eso” ya no valen falacias de pancarta que, aunque sean seguidas por muchos, ni surten efecto ni se comprueban sus resultados mirando si a la sociedad le pica o se rasca, o ambas cosas a la vez.

En Asturias, no sé si todo empieza con Astur o con cántabros y astures enfrentados a la civilización romana, o con un Pelayo procedente de alguna parte que nos deja como reyes a sus cuñados cántabros hasta Alfonso II el Casto: hijo de tal ascendencia y de una esclava vasca que luego fue reina. Este casto rey puso en marcha la gran empresa de peregrinar a Compostela y cualquier otra reliquia del siglo VIII fue posiblemente también para atraer a peregrinos. Celoso, e indemostrable, fue posiblemente responsable de azuzar a sus familiares vascones contra la retaguardia de un Carlomagno en retirada, dando muerte a Roldán. Algo que impidió que, más allá de Pamplona, volvieran los francos a intentar dejar su marca en Zaragoza. Esto hubiera cambiado nuestra historia, al igual que los ríos de peregrinos cambiaron la de Europa. ¿O todo empezó con el carbón en el XIX? Porque desde 1934 Asturias no levanta cabeza productiva e industrial: los que lo habían hecho posible se fueron y aún estamos esperando a los nuevos que no vendrán: deben surgir de entre nosotros y, sin destruirlos y sin cooperar con los que quieren destruirlos, permitirles hacer. Habrá que no relativizar las cosas y aprender dónde nos equivocamos: que no sólo debemos ser autonomía, sino también autónomos. Aprender a aprender con la formación dual y permanente en las tres vertientes ocupacionales de la vida: la profesional, la diletante y la de supervivientes.

Arthur C. Clark vio que su curva de ingresos como diletante escritor de ciencia ficción cortaba a la de ingeniero de telecomunicaciones y, entonces, tras una breve formación de buceo autónomo, se fue a bucear a los mares de Sri Lanka: sobrevivió más allá del 2001. ¿Aprenderá Asturias técnicas de supervivencia y autonomía o, hundida, buceará en la mar de las falacias de pancarta negándose a los cambios por considerarlos fantasías de ciencia ficción?

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