Desarmados

7 de Septiembre del 2015 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

Entre las muchas historias de la Historia, sean ficciones míticas o realidades cocinadas, están aquellas que refieren cómo no pocas rendiciones de paladines, de ejércitos y hasta de reinos no han sido resultado de encarnizadas y honorables batallas, sino fruto de celadas imaginativas, urdidas torticeramente con dosis variables de planificación y oportunismo. Por ejemplo, en Asturias se va a celebrar dentro de poco una fiesta, la del Desarme, cuyas diversas versiones coinciden en evocar, como hecho histórico conmemorado, el ridículo –entre necio, traidor y cobarde– de una tropa humillada por incauta y fartona.

Leyendo en LA NUEVA ESPAÑA de este domingo los interesantes análisis que de nuestro caos político hacen dos prestigiosos profesores de Derecho Constitucional, uno puede llegar a la conclusión de que la condescendencia con la que este país contempla la interrupción voluntaria del embarazo no se debe más que a una emanación social, coherente con la pulsión natural de un pueblo a medio hacer (o a medio deshacer), empeñado en reescribir sectariamente sus peores páginas, y en no acabar de llegar nunca a término como la respetable nación que podría ser por Historia y por materia prima.

Nuestras leyes parecen hechas –y el análisis jurídico así lo evidencia– para proteger determinado tipo de delincuencia, y nuestros gobernantes y legisladores parecen estar atrapados en alguna conjura secreta para mantener una inseguridad permanente en determinados ámbitos. Conjura que, por la banda de babor, los lleva a deshacer lo poco sensato hecho por la de estribor, dando pasos fuertemente ideologizados, no pocas veces peligrosos e irresponsables, como sucediera en la época zapateril, y desarmando las escasas defensas constitucionales con argumentos instrumentales pintados de buenismo (me estoy refiriendo tanto a la “lucha” antiterrorista como al estímulo del nacionalismo). Y que, por la banda de estribor, los lleva a renunciar a toda legítima proyección ideológica de contrapeso, cohonestando vergonzantemente esos pasos, pactando cerrilmente presupuestos con tirios y troyanos, y dando otros pasos improvisados, como la ahora prevista reforma en las competencias del Tribunal Constitucional, que llegan tarde y mal (si no es que llegan arteramente dopados para fracasar intencionadamente). Chapuzas y borrones con distinta caligrafía, pero probablemente siguiendo unas mismas directrices, un mismo mandato, una misma profecía.

No sé si lo del secesionismo será una broma, una fiesta, una farsa, o una maldición. Lo que sé es que las leyes parecen ineficaces, que los gobernantes parecen unos inútiles, si no unos prevaricadores, que la mayor parte de los opositores parecen mayoritariamente unos irresponsables empeñados en bailar con el diablo a la luz de la Luna, y que derecha e izquierda no son capaces ni de coincidir en si esto debiera ser un Estado moderno o un cazadero de taifas enrocadas ad nauseam en guerras intestinas interminables y esterilizadoras. Lo que sí sé es que en el país de la improvisación y la chapuza tiene que haber un guión y un manual de instrucciones para montar tan tenazmente y tan eficientemente la bolera. Alguien ha decidido escribir un guión y ese guionista tiene mucho ascendiente sobre nuestras castas, sobre las de siempre y sobre las emergentes.

Finalmente se conseguirá el objetivo.

Habrá mercadería económica y reforma constitucional, pero a usted y a mí, querido lector, nos hurtarán el derecho a decidir en qué dirección y en qué términos haya de ser esa reforma. Se va a dar por supuesta la dirección: la aberración del federalismo asimétrico entre un Estado y uno o dos estados-nación. Eso no se va consultar porque está decidido. Alguien ha decidido hacer un nuevo cambio de régimen y se va a hacer en términos blindados, utilizando todos los vericuetos y atajos torticeros que, eso sí, permite una utilización instrumental de la Constitución de 1978 para autodestruirse. Aquí sí hay consenso. Secreto, pero lo hay. Y los profetas y los santones ya han comenzado a predicar.

Por de pronto, y en coherencia, propongo convertir la fiesta del Desarme en fiesta nacional y trasladarla a otra fecha. Por ejemplo, a una fecha calificada en directo, en tiempo real, por algunos orates como el inicio del tiempo nuevo, un cambio de página que esta vez puede ser posible con una política mayor. Propongo, pues, el 11-M, pero valen otras sugerencias si se demuestran más fundamentadas en razón o en derecho.

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