Reflejos

7 de Septiembre del 2015 - Mario Fuertes Muñiz (La Felguera)

Sabía que existía y tenía que encontrarlo. El espejo, el espejo era en lo único que podía pensar. Ya casi no comía, no hablaba, me pasaba las noches elaborando listas y tachando tiendas de antigüedades y casas aleatorias en un mapa que había encontrado ya no recuerdo dónde. Había estado en cada equis y no lo había encontrado, algunas veces lo buscaba como un cliente más y otras, muchas otras, me colaba en las casas con el pretexto de revisar cualquier fuga o fallo en la señal del televisor.

Otra mañana y otra tarde perdida, volvía a casa abatido, abriendo la puerta del portal de una patada. En las escaleras superiores escucho un estruendo y corro instintivamente. Cuando llego al quinto piso encuentro a la anciana que me confunde con su nieto, -Adrián, cariño. Ayúdame con las bolsas de la compra, está todo tirado en el suelo-, y suspiro con sonora resignación. Tal vez deba relacionarme más y olvidarme del espejo. Recojo del suelo la compra de la señora y la ayudo a dejar las bolsas sobre la mesa de la cocina. -Adrián, quédate a tomar el café, está recién hecho cariño-, no sé si es por su tono o por su mirada perdida, pero no puedo decirle que no. Acepto y la acompaño hasta el salón, sujetando ambas tazas para evitar que el pulso de la anciana no arme otro estropicio.

Y lo encuentro frente a mí, el espejo. Grande, con bordes de madera y una superficie limpia y brillante que desentona con el resto de la habitación. Con un reflejo puro que miro indirectamente para evitar encontrarme con mi propia mirada. Dejo pasar unos minutos y me giro hacia ella nervioso, y sin ningún formalismo le expreso mi deseo de comprarlo. Ella me sonríe con su dentadura rota y me habla en tono cariñoso: -Coge lo que quieras, no recuerdo ni de dónde lo saqué, seguro que de alguna tienda de antigüedades de esas que tanto le gustaban a tu abuelo-.

¿La muy puta me está vacilando? ¿Sabe lo importante que es para mí y me hace pensar que lo puedo tener a cambio de nada? Esa falsa modestia no engaña nadie, impacientándome cada vez más espero, pero la vieja no parece tener nada más que decir. En ese momento entiendo que está jugando conmigo, haciéndome pensar que puedo tener algo que nunca me dará.

¿Pero en qué estoy pensando? Esto no es propio de mí, seguro que la pobre no sabe nada acerca del valor que tiene este espejo para mí. Sus palabras me traen de vuelta a la realidad: -Cariño, ¿puedes traer el azúcar del armario de la cocina?-, al escucharla hablar me arrepiento de mis pensamientos y rápidamente me levanto para buscar el azúcar.

Cuando vuelvo al salón ella sigue sentada en el sofá, parece ocupada, mirando con la cabeza ladeada una mancha que cree ver en la mesa. Aprovecho ese instante para cortarle el cuello con el cuchillo, y sigo escuchando su palabrería inconexa cuando su cuerpo ensangrentado golpea la mesa del salón, dejándola llena de enormes manchas rojas.

Entonces vuelvo a parpadear y estoy en el desván, observando mi propio reflejo con los ojos rotos. El espejo que tengo ante mí me horroriza, presentándome una escena que nunca pudo suceder. Intento atisbar algo más en su superficie, pero la oscuridad me lo impide y el espejo no devuelve nada más.

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