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Prevención del suicidio: combatir la soledad del anciano

14 de Septiembre del 2015 - José Antonio Flórez Lozano

Subtítulo: Nadie es viejo si no quiere serlo

Destacados: ¿En qué consiste envejecer bien, sino en conocerse a sí mismo, aceptarse tal como se es, asumir y aprender a ser uno mismo? La soledad-plenitud es un testimonio de salud psíquica, un fenómeno natural, mientras que la soledad depresiva representa una reacción de sufrimiento

Es necesario desarrollar programas integrales de intervención psicoterapéutica, con todo el rigor científico y clínico, contra la soledad del anciano que vive en su propio hogar o en el medio residencial.

El 10 de septiembre se celebró el “Día internacional para la prevención del suicidio”. Con tal motivo me ha parecido importante analizar el problema de la soledad en las personas mayores; sin duda, uno de los predictores más certeros en la aparición del suicidio. Ciertamente, la angustia y el sufrimiento psicológico del anciano van estar presentes como consecuencia de toda la dinámica de pérdidas, separaciones, achaques, dolores, dificultades, enfermedades y desenraizamientos reales –e incluso imaginarios– que aparecen en esta etapa final de la vida humana. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que un 15% de las personas mayores padece algún tipo de trastorno mental, siendo la ansiedad, la angustia, la depresión y el estrés, las patologías más habituales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que en el año 2020 la depresión sea la segunda causa de incapacidad en el mundo, tras la patología cardiovascular. La depresión es la principal causa de sufrimiento emocional en el envejecimiento y reduce de forma significativa la calidad de vida de las personas mayores. La depresión es una enfermedad incapacitante que se asocia a una gran comorbilidad. Igualmente, actúa como un activador o predictor de la iniciación de un deterioro neuropsicológico que puede terminar en algún tipo de demencia, especialmente en la demencia neurodegenerativa tipo alzhéimer. Constituye también el principal factor de riesgo para el suicidio en las personas ancianas. La depresión en personas de edad avanzada, afecta al 10-15% de las personas. El 6 de octubre de 2014 se celebró el “Día europeo de la depresión” y, precisamente, la Asociación Europea de la Depresión (European Depression Association) ha subrayado que la depresión en las personas mayores constituye el problema de salud más frecuente en muchos de los estados miembros de la Unión Europea. Además, la depresión es un potente factor de riesgo de suicidio. Cada año, aproximadamente un millón de personas desesperadas en todo el mundo se niega a vivir, y elige una solución permanente a lo que podría ser simplemente un problema temporal (OMS, 2000). De hecho, el suicidio consumado en varones mayores es ya uno de los mayores problemas de salud pública y crecerá de forma epidémica potenciado por la crisis socioeconómica actual. Como me dice Silvino, de 89 años: “Un día, en un momento, nos convencemos de que somos viejos, de que hay un montón de pérdidas y de personas del entorno más próximo que ya no están”. En efecto, amigos y personas queridas desaparecidas son un referente continuo de que “todo se acaba” y de que te queda menos por vivir y, además, lo menos que te queda, ya sin los interlocutores habituales (ya no están los coetáneos), impide compartir las experiencias, desarrollar la socialización, neutralizar las preocupaciones y potenciar el sentido del humor. Uno llega a la conclusión de que se encuentra solo, piensa en la futilidad de la vida, en que el mundo ya no es “su mundo”, de que todo ha cambiado. Y aceptar todo esto puede implicar la aparición de numerosos trastornos psicopatológicos (angustia, neurosis de ansiedad, trastornos músculo-esqueléticos y depresión). Además, este escenario social que tenemos en la actualidad es un caldo de cultivo adecuado para que prospere, sin límites, la soledad patológica. Nos encontramos en la sociedad de la información (¡de la sobreinformación!), no de la comunicación. Las personas mayores sueñan con las visitas de hijos, nietos, familiares, etcétera. Pero ellos no responden positivamente, cada vez se comunican menos (¡no tengo tiempo! ¡Tengo mucho trabajo!). Se produce la soledad de los tiempos ajetreados en que vivimos y, en consecuencia, es fácil caer en el agujero negro de la soledad patológica. En esos agujeros, la incomunicación se vuelve insoportable; los días transcurren lentos y vacíos; las esperanzas y los proyectos se transforman en añoranzas y la “nada” empaña progresivamente nuestra existencia. Entonces la soledad destruye y se convierte en una especie de infierno. Se trata especialmente del individualismo, que cada vez causa más estragos. De ahí ese empeño en buscar compañías capaces de comprendernos, de compartir, de conocer, de dar una respuesta a la soledad, ese aguijón de tristeza. Esta angustia de soledad del anciano es algo así como la “experiencia de vacío en el tiempo” ¿Qué hago yo aquí? Se preguntan muchas personas ancianas (¡Y no tan ancianas!). ¡Ya no soy nada! ¡Cuanto antes me vaya de viaje mejor! La experiencia o el sentimiento de “nada” le acosa y acompaña como su propia sombra, a manera de expresión inequívoca de una profunda soledad. Sin duda, el enemigo mayor del hombre es la soledad; la imaginación y el recuerdo de experiencias hirientes y negativas. María Zambrano decía: “Sólo en soledad se siente sed de verdad”. Las pérdidas de seres queridos son una realidad y los que se van no pueden ser reemplazados; al mismo tiempo, los lazos afectivos con los que quedan se enrarecen; después de la muerte del cónyuge, se producirá el desierto afectivo. En este sentido, Ramón, de 91 años, me comentaba: “Al quedarme solo me fui encerrando en un círculo demasiado egoísta”. Ante la disminución de los contactos sociales, la pareja senescente intenta protegerse y defenderse de las influencias externas; el deseo de paz, tan frecuentemente invocado en la vejez, es, en realidad, una defensa psicológica frente a las presiones del entorno y el miedo a no poder soportar un cambio personal. Ramón expresa que vive con mucha frecuencia esta tragedia humana que es la soledad. Incluso rodeado de sus seres más queridos, a pesar de que habite en una gran ciudad o en una residencia con personas como él, cada vez se va encerrando más en su interioridad (intus), regresando a etapas psíquicas anteriores, donde se siente mucho más confortable psíquicamente. El distanciamiento (¡aislamiento! ¡marginación!), cada vez es mayor, porque los “otros” llegan a “ignorarle”, a “rechazarle”, no reaccionan con una actitud comprensiva, paciente, afectiva, flexible y estimulante. Se abre, en suma, entre el mundo y el viejo un profundo abismo que lo sitúa en una auténtica incomunicación, ambos utilizan lenguajes diferentes, marcos de referencia distintos; son realidades tan contrarias que no hay ningún nexo; están solos y cada vez se ven más apresados por su “soledad”. La imagen de la separación y del desarraigo están continuamente presentes en la mente de la persona mayor que sufre esa soledad dolorosa. Octavio Paz decía a este respecto: “El sentimiento de soledad es nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia del espacio”. El anciano permanece centrado sobre “sí mismo” (“self-centred”) frente a la roedura de los años y la ruina tanto orgánica como anímica. Probablemente, como decía López Ibor, es la reacción de nuestro organismo ante la amenaza de la disolución, del fluir existencial, de la unidad y continuidad del propio yo. La soledad, las pérdidas, la angustia del existir, la enfermedad y las discapacidades de todo tipo, dentro de una situación social de marginación y rechazo, hace que el anciano muera “porque desea morir”, porque se abandona a sí mismo rehusando cualquier tipo de utilización de energía vital. Se trata de una agonía silenciosa, dramática y de extraña grandeza que muchas personas saben llevar con energía, con elegancia y con extraordinarias pulsiones de creación y de originalidad.

Pero no todo es soledad y pérdida en la senectud. Afortunadamente, la soledad no siempre es vivida negativamente. ¡Nadie es viejo si no quiere serlo! Tenemos que encontrar la soledad que enriquece; la soledad que se desea, que nos fortalece, que nos hace invencibles; su aceptación y su práctica se convierten realmente en un proyecto activo y feliz de vida. Escuchar música, leer, escribir, dibujar, contemplar, observar, recordar (pensamientos felices), incluso hablar con nosotros mismos, en un escenario de optimismo, humor, amor, comprensión y aceptación, es disfrutar de la soledad y alimentar positivamente nuestro proyecto vital. ¡Busquemos esa cara de la felicidad! Naturalmente requiere esfuerzo, adaptación, solidaridad, comprensión y afecto. Potenciar nuestras relaciones sociales, sentir que formamos parte de un grupo y de una sociedad y, especialmente, el valorar la afectividad del “otro” constituye un estilo especial para neutralizar la soledad que nos acecha peligrosamente en la vejez y en cualquier momento de nuestra existencia. También la imaginación, el pensamiento y la creatividad constituyen antídotos esenciales frente a la soledad patológica y, en última instancia, frente al suicidio. Lo decía Lope de Vega: “A mis soledades voy/, de mis soledades vengo/, porque para andar conmigo/ me bastan mis pensamientos”. Naturalmente, pensamientos cargados y saturados de felicidad, de alegría y de optimismo. Hay que insistir en esta soledad que se asocia a la plenitud: la hemos encontrado muchas veces en nuestras investigaciones. Las mujeres viudas incluso nos han llegado a decir que emplean esos momentos de soledad para reflexionar, meditar, rezar, cultivar la amistad, potenciar el ejercicio físico, alimentar su vida interior. La plenitud parece ser la característica de estas viudas que envejecen bien, rodeadas de afecto y de simpatía ¡lo cual no quiere decir que su vida haya sido fácil y sin problemas! En fin, una mente estéril para la ideación suicida; en su pensamiento, no se instala la posibilidad del suicidio; sino, simplemente, vivir; VIVIR con mayúsculas. Personas que han sabido salir ilesas, conservando un espíritu optimista, lleno de esperanza, hacia el futuro. Su soledad no es sufrimiento, inquietud, desesperanza sino, por el contrario, riqueza, sueños, gratitud, superación, esfuerzo personal, recuerdo de haber sido queridas. Hemos encontrado estrechas relaciones entre el “envejecer bien” y los “sentimientos de plenitud”, al contrario de los que existen entre el “envejecer mal” y “sufrimiento en la amargura”. ¿En qué consiste envejecer bien, sino en conocerse a sí mismo, aceptarse tal como se es, asumir y aprender a ser uno mismo? La soledad-plenitud es un testimonio de salud psíquica, un fenómeno natural, mientras que la soledad depresiva representa una reacción de sufrimiento. Es, pues, en uno mismo, en quien se deberán encontrar las fuerzas psicológicas para aprender a estar solo sin sentirse demasiado solo.

Silverio, con 86 años, me ha dicho: “Las personas deben espabilarse, no podemos contar siempre con los demás; hay que ir hacia la gente con los brazos abiertos, porque normalmente la gente no viene hacia ti”. Como mínimo hay que esforzarse: ¡quedarse lloriqueando no va a solucionar nada! Hay que aprender a hacerle frente, como me ha recordado Silverio: “La soledad, en el fondo, se aprende; hay que repetirse que se está solo, que esto es así, y que hay que hacerle frente”. Igualmente, es preciso potenciar la búsqueda de contactos sociales en el medio en que se vive, a través de la participación en actividades comunitarias como clubes de jubilados, asociaciones, la propia calle o los centros de día. Recordemos que la soledad es una ceguera psicológica que sólo encuentra la luz en el amor. Por ello es necesario desarrollar programas integrales de intervención psicoterapéutica, con todo el rigor científico y clínico, contra la soledad del anciano que vive en su propio hogar o en el medio residencial. Por eso es esencial conseguir que el anciano se sienta más estimulado, acompañado, comprendido, valorado, respetado y, especialmente, que pueda experimentar la fiebre de la felicidad, de los momentos felices, no sólo pasados, sino de los que podemos conseguir en nuestro trabajo cotidiano. El anciano tiene un proyecto de futuro, aunque resulte paradójico, y reside especialmente en el sentido y significado de la vida diaria; en pequeños objetivos (contemplar una flor) de un gran alcance terapéutico. De ahí nuestro programa de habilidades sociales, recientemente publicado y que ha supuesto la superación del aislamiento social y la consecuente patología emocional asociada (deterioro cognitivo y depresión). Merece la pena porque la soledad es la antesala de la depresión, la enfermedad, la demencia y la muerte. Los ancianos tienen que permanecer activos a pesar de sus pérdidas, han de reemplazar apoyos y roles perdidos por otros nuevos que sean perdurables. La sociedad tiene que sensibilizarse mucho más ante este problema trágico del anciano, porque la soledad no es compatible con la felicidad y la vejez sí es compatible perfectamente con la felicidad. El premio Nobel de Literatura José Saramago escribió con mucha sabiduría: “La alegría sola no es nada”. ¡Ayudemos a buscar la felicidad del anciano, que es tanto como luchar contra la soledad, el sufrimiento y el suicidio!

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