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Imperios sin civilización [11-S]

10 de Septiembre del 2015 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

No debería escribir esto: puede irritar a alguien, hacerle pensar o, peor aún, ser mal pensado. De cualquier forma, peor sería la indiferencia.

Llegaba de trabajar para comer y me gritaban: «¡Ven, corre, mira esto!»: un avión iba directo contra un rascacielos en Nueva York... los locutores no dejaban de decir que una avioneta se había estrellado... no me cuadraba y lo dije: «no es una avioneta, es un avión de pasajeros». El fanatismo suicida nos había declarado la guerra atacando al símbolo de la civilización occidental. Iba a ser una guerra larga: el proletariado externo e interno alcanzaban al imperio. La Historia había sido empujada, solo quedaba la esperanza de que se desmoronase ordenadamente como las Torres Gemelas, sin tumbarse sobre edificios colindantes. La civilización occidental debería declarar la guerra a las tiranías y al hambre. Norteamérica, empujada, declaró la guerra al terrorismo suicida en las tiranías que lo apoyasen. Cuando se declaró la guerra al sátrapa Sadam, muchos se opusieron: las guerras, como las avalanchas, siempre son terribles. ¿Cómo detener una avalancha? Nunca fue cuestión del Islam, o: ¿fascismo, nazismo, nacional catolicismo, son cosas del cristianismo? Muchos piensan que sí, pero el odio fanático que anida suicida en el corazón humano, nada tiene que ver con religiones. La Historia ya había basculado otras veces: recibió el pertinente empujón cuando se descubrió la tumba del apóstol Santiago en Compostela, pero fue con la primera peregrinación que basculó, atrayendo avalanchas de peregrinos que cambiaron su curso. Los atentados suicidas del 11-S y posteriores empujan la Historia, pero solo bascula con la desunión entre los imperios de la tierra: Francia, Alemania, Rusia..., y los imperios de la mar que circunvalaron el mundo, que se reunieron en las Azores: Portugal (la anfitriona), Inglaterra, España, y EEUU. La Historia no funciona por los datos que la empujan, sino por los símbolos que la hacen bascular para abanderar causas y avalanchas. La avalancha de coches en el fin de semana, junto a nuestro abanderado estilo de vida, exigen como causa el bajo costo del petróleo del que vivimos. ¿Podemos extrañarnos de que los hambrientos esclavos que ven nuestros escandalosos símbolos de vida y desunión, quieran marchar sobre los amos y que otros empujen?, ¿quién bombea los ríos del petróleo en su peregrinar al depósito? Las activas ONG no son para parar avalanchas. Tras la avalancha que arrolló al muro de Berlín, el viejo comunista declaró: «ya solo creo en las monjas que limpian culos en África», pero no hay suficientes. Los indios de América no fueron suficientes para parar la avalancha de amos europeos y esclavos africanos. «Todos sobre Zanzíbar» [John Brunner, 1968] pone a la Humanidad en posición de firmes sobre la isla, y cabían. Ahora hay 7.143 millones en el mundo, Alemania tiene 357.168 Km2. «Todos sobre Alemania» da a 1 persona cada 50 m2. Hay para tumbarse: ¿nos tumbamos en los laureles? Elias Canetti, nacido bajo el imperio otomano, refugiado políglota en cinco idiomas, sefardí de rancia estirpe de expulsados de España, nunca se tumbó, ganó el premio Nobel pensando y escribiendo en alemán: buen refugio.

En el bosque de la vida, el móvil animal se come a otro, el inmóvil árbol come terreno al otro: le quita agua, luz y energía, lo desahucia y lo mata. Es un bosque muy común en todos lados: ¿cómo detener las avalanchas?, ¿cómo refugiarse en un mundo de libertad, vida, paz, orden y equidad?

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