Otra vez Dios se hizo niño
Recuerdo el primer día que fui a la escuela, tendría 7 años. Vivía entonces en el pueblo de Alcedo, donde nací, parroquia de San Julián de Quintana, Belmonte. La escuela permaneció cerrada durante dos años a consecuencia de unos acontecimientos que algunos se empeñan en recordar y yo quisiera borrar de la memoria; era domingo y los chavales jugaban a los bolos, siendo el lugar de encuentro de todos los vecinos.
Sentados en un prado estábamos niños y niñas contemplando el "partido" cuando llegó don Emilio, el señor maestro; venía acompañado de un vecino con sus dos hijos: Selo y Acacio; habían quedado huérfanos porque "una bala perdida" había matado a su madre.
Don Emilio se sentó con nosotros y nos dijo que el lunes teníamos que ir a la escuela. Cuando se fue, recuerdo que dije ¿nos dejarán estrenar las alpargatas? Hacía unos cuantos días que las teníamos en casa, pero no nos dejaban ponerlas, seguramente esperando a que llegase el maestro; nos las habían dado en "la casa cuartel" (dos pares para cada niño), así que llegó el lunes y nos presentamos en la escuela con los pies uniformados de "alpargatas argentinas", que así se llamaban, todas de color negro.
Después de los "buenos días, señor maestro", comenzó a tomar lista, "fulanito de tal", "para servir a Dios y a usted". Así uno tras otro. "Hoy sólo vamos a cantar", nos dijo don Emilio. "Os voy a enseñar canciones regionales: andaluzas, montañesas, gallegas y asturianas: 'Con el vito, vito, vito...', 'Tengo cuatro pañuelitos, olé y olá...', 'A miña muyer morreume...', 'No canto por bien que cante...'. ¡Ésa la sabemos! No canto por bien que cante, ni porque soy cantadora; canto por dar alegría a mi corazón que llora".
Nos pasamos un mes cantando y no sé cuántos bailando, pues al preguntarnos un día si teníamos frío y contestarle que sí, nos mandó juntar todos los pupitres para el centro de la clase y sacó de una caja (que nos tenía intrigados) una gramola y empezó a sonar "España cañí". "A bailar", nos dijo el maestro, siempre la misma pieza, porque por la otra cara del disco, "Si vas a París, papá", no nos gustaba. No sé si se hizo demasiado largo el invierno o ya había llegado la primavera, pero todos los días teníamos frío.
Cierto día, la madre de un niño le preguntó: "Don Emilio, ¿usted sólo les enseña a cantar y bailar?". "Es lo que más necesitan, señora". ¿A qué maestro que se precie de serlo no se le encoge el corazón al contemplar la mirada triste de un niño?
La historia se repite, por desgracia a diario. La imagen del hombre que llevaba en sus brazos un niño rescatado de las aguas, recorrió el mundo entero, quizá para que despertase de su letargo. Ese hombre, cuya profesión es salvar vidas, también tendría el corazón encogido, como mi maestro; con más dolor aun, porque no pudo ver la tristeza de sus ojos. Estaban cerrados. Otra vez Dios se hizo niño.
Teresa Rey García
Trelles, Navia
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