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Occidente y los refugiados

14 de Septiembre del 2015 - Emilio López Gómez (Grado)

Me asquea contemplar el reparto de los que huyen de un genocidio infernal, de una muerte atroz, salvaje. Todas las guerras son injustas e inhumanas, pero cuando azota a las capas más débiles de la sociedad son especialmente repulsivas.

Europa asiste impasible a la ignominia húngara, a los abandonos de austriacos, daneses, polacos. El resto se tiene que reunir para subastar el número de personas que son acogidas.

Nuestro Gobierno pasó de mil o dos mil a cinco mil para finalmente aceptar quince mil. Es evidente que la sociedad sigue demostrando más cordura, empatía y solidaridad con los que sufren que los que la dirigen, y gracias a ella estos se ven arrastrados, aunque sea a regañadientes.

Pero si asco me causa esa calculada y fría distribución, vómitos me provocan los que justifican la tibieza de los gobiernos alegando el coste económico que esto supondrá. En más de una ocasión hemos asistido a tertulias de televisión en las que se tiran la solidaridad entre derechas, izquierdas y mediopensionistas. Especialmente desagradables algunos periodistas, uno en concreto, director de un medio de comunicación, que pregunta ¿pero quién paga esto?, ¿aceptarías que te subieran los impuestos para cubrir el coste económico de acoger a los refugiados? Y yo, humildemente, le contesto: sí, señor X, sí acepto que me suban más los impuestos, los copagos o lo que sea preciso para atender una catástrofe de esta envergadura. Nos los han subido para rescatar bancos, autopistas, para asumir lo que se condonó a defraudadores fiscales con la amnistía, la corrupción. Estas preguntas dibujan la catadura moral y social de los que así opinan.

Hay quien opina que lo que hay que hacer es solucionar el problema en origen y así no se tendrían que desplazar. Como si solucionar ese odio enquistado contra semejantes y diferentes fuese empresa fácil. Quisieron acabar con un dictador sanguinario como Sadam y ahora tenemos miles de la misma o peor pinta. En el fondo, lo que se esconde bajo esta opinión es la comodidad insensible: que no nos molesten ni contaminen, que se queden allí, aunque sean asesinados públicamente.

No se trata de solidaridad, caridad, ni generosidad, no, se trata de cumplir con una legislación que hemos aceptado en los tratados internacionales. Pero en este nuestro país la legislación se salta, se omite cuando al Gobierno de turno le viene bien, y ahí tenemos la Constitución para demostrar el cinismo con el que nuestros dirigentes se mofan de ella o la exhiben con descaro y provocación.

Finalmente, produce sonrojo que algunos obispos se rasguen las vestiduras por los cristianos decapitados. No pongan etiquetas, la vida de un cristiano tiene el mismo valor para Dios que la de un musulmán.

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