Cataluña, realidad y ficción
Es cierto que Cataluña cuenta con un rico pasado medieval dentro de la Corona de Aragón, que existió la llamada "guerra dels segadors", que el Rey Borbón Felipe V sitió y bombardeó Barcelona, perdiéndose la autonomía catalana dentro de la Monarquía española. Que existen una lengua propia, muy significativa dentro del ámbito romanístico, unas tradiciones e instituciones arraigadas. Que hubo un renacimiento cultural literario y cultural potente ya desde los primeros decenios del siglo XIX, tras una larga atonía de silencios. Así como que se dio una muy relevante transformación industrial y burguesa, incluso bajo dictaduras. Sin embargo, nunca podemos olvidar que los poderes españoles privilegiaron el proteccionismo económico catalán, realizando más que ingentes inversiones en su territorio y propulsaron a la "locomotora de España". Pasado medieval lo tienen todas las grandes regiones históricas de Europa, que en su día fueron principados o reinos; lenguas regionales o dialectos existen profusamente en todas las naciones-estado, basadas en la agregación de la diversidad étnico-cultural. Los romanticismos nacionalistas no escasean.
Lo que llama la atención de Cataluña es que se dé un fuerte fenómeno de secesión siendo como es y ha sido tierra de acogida de millones largos de inmigrantes llegados del resto de España (aragoneses, castellanos, murcianos, andaluces, extremeños, gallegos), hoy sin duda furibundos neoconversos catalanistas. Razón que hay que buscar en el manipulado prestigio de lo catalán como potencia económica y modernista, frente a una España de procedencia que se considera atrasada, subdesarrollada, sin pedigrí democrático equivalente al maniobrero pactismo catalán; en suma, inferior a esa parafernalia de Diadas y marchas amenazantes, soberbias como Mas, que tapa agujeros de entramados de corrupción por doquier y pone de relieve las graves dificultades angustiosas de la identidad contemporánea española, generosamente constitucionalista y democrática, proclamadora de pueblos y de la solidaridad entre ellos, de la diversidad lingüística regional y la unidad nacional soberana, principio representativo del conjunto y no de las partes descoyuntadas.
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