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Discrepancias entre docentes

6 de Octubre del 2009 - Ana María Cuello Alonso (Lugo de Llanera)

Entramos en el nuevo curso y ya andamos los docentes poniendo a punto en nuestros centros ajustes y engranajes para que amanezca bien y podamos recibir convenientemente al alumnado. El pasado día 15 de septiembre me sorprende en LA NUEVA ESPAÑA una carta al director firmada por un compañero de centro, en la que da respuesta a otra mía, escrita el 12 de julio y publicada el 4 de agosto. Mi carta era a su vez contestación a una tercera, publicada el 9 de julio, titulada «Justicia frente a política», firmada por otro «compañero» al que no conozco, y en la cual se afirmaba que «los profesores que habíamos firmado la carrera profesional nos habíamos prostituido por unas monedas y habíamos cambiado nuestra coherencia, nuestra dignidad y nuestra ética por el vil metal».

Hay que querer entender muy mal las cosas para no captar el sentido de lo que yo pretendía expresar en mi carta: protestaba contra el hecho de que un individuo insultase pública y gratuitamente a un colectivo, e intenté explicar a los lectores el supuesto «delito» cometido por los profesores injuriados. Ni más, ni menos. Las interpretaciones que hace ahora mi colega de los contenidos de la misma son milongas, y se las escuchará quien quiera y tenga tiempo para esas músicas. Yo no vivo en las trincheras: no creo que la Administración pretenda permanentemente nuestra ruina, ni que las organizaciones sindicales estén de más; y tampoco entro ni salgo en sentencias de tribunales, ni en jardines aledaños. Simplemente sostengo firmemente que yo no me he prostituido por unas monedas, que quien eso afirma es un bocazas y un impresentable, que voy al instituto a trabajar y que vuelvo a mi casa con la sensación de haberlo hecho a conciencia y de haber ganado dignamente mi salario. Y quien entienda que con esta afirmación quiero decir que los demás no lo hacen, debería hacerse mirar las entendederas.

No quiero finalizar sin apuntar una cosa más a este compañero: mira, desde el respeto pertinente pero con la firmeza necesaria, tengo que decirte que en tu carta retuerces las razones y estiras las demagogias, y a mí eso siempre se me ha atragantado cantidad. No voy a aburrir a los lectores contando aquí donde nací y en qué tipo de familia, donde me crié y crecí, con qué clase de personas me relaciono, y cuáles son mis convicciones y valores, pero me mata de risa que pretendas reprocharme una actitud reaccionaria y contraria al movimiento sindical. No seas patético y no confundas, hombre. Por cierto, ¿no encontraste en la carta a la que yo respondía, además de los insultos a los profesores que habíamos firmado la carrera profesional, otros, de tanto o de mayor calibre, dirigidos a los sindicalistas de CC OO y UGT? Éstos también lucharon y sangraron (permíteme citarte) por mejorar las condiciones y derechos de los trabajadores. ¿No se te ocurre alguno de esos palabros tan aparentes, alguna de esas frases tan rimbombantes, de inteligencia casi imposible para el común de los mortales, con que contestas a mi carta, para replicar a la otra, saliendo en su defensa? ¿O es que estás de acuerdo con que «esos sindicalistas son unos pesebreros y unos estómagos agradecidos», como se dice en ella? Y, por otra parte ¿estás también de acuerdo en que en nuestro centro de trabajo estás rodeado de gente «sin dignidad, sin ética y sin coherencia»? Espero que no; pero hay omisiones, amigo, que resultan llamativas, sobre todo en alguien tan perspicaz para captar implicaturas, interferencias, dicotomías, contraposiciones binarias, maniqueísmos y tal y tal y tal. En cualquier caso, y de todas formas, salud y buen curso, compañero.

Ana María Cuello Alonso, Llanera

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