En memoria de Joaquín Díaz Esnal
Joaquín Díaz Esnal y yo, amigos desde los años de la mocedad, manteníamos concepciones distintas sobre asuntos puntuales que pueden referirse a la política o a ciertas vivencias sociales o religiosas. Pero tales divergencias, aunque ciertas, no interferían en lo más mínimo en una relación cordial, entrañable. Ni siquiera llegaban a mostrarse en forma significativa.
Pero coincidíamos en cuestiones mucho más relevantes en el orden práctico: aquellas que se refieren a la actitud efectiva de un hombre en los roles de comportamiento en el ámbito familiar, ciudadano y profesional.
Ahí no se advertían llamativas divergencias. Joaquín (“Quinito” en la antigua nominación, la que tuvo su origen en la adolescencia o en la niñez), con un admirable sentido del humor y un carácter risueño, era, ante todo, una excelente persona y un médico vocacional y de una entrega absoluta.
La tentativa desplegada por algunos de sus amigos –yo entre ellos– de alcanzar su misma ejemplaridad revela suficientemente en qué consisten los módulos de desarrollo efectivo de la persona que merecen tenerse en cuenta: son aquellos que se refieren a su actitud en relación con los demás. Los que atañen al cumplimiento riguroso de las tareas que deben asumir, familiares, profesionales, con una sensibilidad especial para atender las situaciones de mayor desvalimiento, es decir, con cercanía y compasión. Pues eso es lo que nos hace, de verdad, más humanos.
Un recuerdo, pues, para Joaquín Díaz Esnal, fallecido este verano –único superviviente de una saga de médicos–, un hombre bueno, de talante tranquilo y jovial, un profesional capaz y un amigo desde los días lejanos de la juventud.
José Ramón López Gavela
Ponferrada
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