¿Amigos para sablazos?
No sé cómo contar un hecho del que, a medida que pasa el tiempo, más entiendo que he sido timado. Engañado por una persona que creía amiga. Afable en la conversación, con cierto gracejo en sus comentarios periodísticos desde la cuenca del Nalón, con cierta prestancia, pero que a pesar de haberle requerido por correo electrónico varias veces y a todas dando la callada por respuesta, así como haberle llamado al teléfono otras veces y ninguna vez ha contestado, es por lo que -sin que diga todavía su nombre, pues siempre puede haber alguna equivocación o razón de fuerza mayor en contrario- decido publicar en "Cartas al Director" de este periódico la misiva presente.
Un día de julio de 2010 el referido personaje me pide ayuda ante un problema que le acuciaba. Le presté cierta cantidad, inferior a la que solicitaba. Me extendió un recibo, con firma, nombre y DNI, con la promesa de devolverlo antes de diciembre de 2010. Cierto es que ante el tiempo que pasaba le dijo algo y me devolvió una tercera parte. Lo que resta, pese al tiempo que ha pasado y, sobre todo, al silencio que mantiene -sin hacer caso a ciertas opiniones de personas más próximas a él que yo- es por lo que conviene exponer lo que aquí se cuenta, no sé si para evitar posibles víctimas como yo lo he sido o para que, ante el hecho, por ahora con cierta reserva, un día refiera con pelos y señales la identidad de éste al que va dirigida esta carta.
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