Otro monárquico
Javier Neira se califica en un artículo reciente el único periodista monárquico de Asturias. Ya somos dos. En varias ocasiones y por escrito en estas páginas me he declarado monárquico, aportando razones. Prescindamos de las de carácter externo, sentimental, histórico y hasta mitológico, porque hay otras más importantes. La monarquía es un mito y la república, una abstracción: siempre preferiré el mito. A lo largo de su historia, en España sólo durante tres períodos no hubo monarquía y los dos períodos en los que gobernaron repúblicas fueron desastrosos. En la actualidad, en buena parte de Europa y en Japón (además de otras naciones que no hacen al caso) hay monarquías, siendo las europeas modelos de sistemas democráticos y de libertades públicas y privadas. Y, en fin, mi abuela era monárquica.
Pero hay dos motivos de peso que me hacen monárquico de manera irrenunciable. El primero, la sucesión a la Jefatura del Jefe del Estado se hace de manera automática. Al rey le sucede el hijo del rey. De este modo nos libramos de enojosas elecciones a la Presidencia de la República y al peligro adicional de que un F. González o un Rajoy tenga posibilidad de ocupar la Jefatura del Estado.
La monarquía es la única garantía de unidad en este país en proceso de disgregación. La república sólo es posible en países muy centralizados como Francia o con fuerte estructura federal como los EE UU.
Afirmaba Saavedra Fajardo que el gobierno de uno solo es tiranía y el de muchos, anarquía. Este sistema, considerado como el mejor por el gran tratadista político, es el de las actuales monarquías constitucionales, aunque Valle-Inclán no estuviera de acuerdo con ellas y propusiera que el rey constitucional debería estar sometido a dieta vegetariana.
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