Esta mano...
Está de “moda” en el globo terráqueo hablar y escribir sobre la figura de Dios, unos confiando en los ojos invisibles de la fe, y otros, que no dudan ni se cansan en despotricarlo, como lo han hecho siempre a través de los siglos, no sólo ahora. Diversas religiones al tenerlo como muy suyo lo presentan según sus propias conveniencias... Tal vez por eso la tristeza se atenaza en estos versos y ya no digamos del fatalismo de grandes poetas que nos predican sus dudas o probables certezas, válganos de ejemplo el universal nicaragüense Rubén Darío, que nos han dejado su herencia; quién no reflexiona leyendo "Lo Fatal": “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura, porque ésta ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente... / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, / ¡Y no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos...!”.
Esta mano que escribe / ha de morirse / como todo lo que nace, / qué misión la de ser / y no ser. / Venimos a la vida / muriendo y después / nos vamos a la otra / naciendo...
Estas manos abiertas / o crispadas, / que del cielo coger / quieren estrellas, / que acarician / y fueron acariciadas, / que consolaron / más de alguna lágrima. / Pero capaces, / no dudarlo, / de querer asir a Dios / y estrangularlo / porque somos imperfectos, / aunque después, arrodillados, / le pidan perdón / para adorarle.
Estas manos / alzadas a los cielos, / guerrilleras, pacifistas, / miserables y abundosas, / de falanginos huesos, / queramos o no queramos, / ser humos, polvo, / cenizas... ¡nada!
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