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La fibra sensible

28 de Septiembre del 2015 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

La sociedad actual tiene que funcionar como lo han hecho todas las sociedades en el decurso humano. Esto es, con esperanzas, creencias y valores que superen la anomia.

Algunas de esas creencias son infundadas o falsas por superficiales, otras no. Atrás quedan épocas maximalistas, de bloques ideológicos radicalmente enemigos u opuestos, paladines extremos antipluralistas y barbaries que pasaban por limpias ejecutorias de sanciones divinas inapelables.

El papel contemporáneo de la ciudadanía vigilante, informada y fiscalizadora de desmanes y atropellos es impagable.

El horizonte de los derechos humanos, no sólo individuales sino también comunitarios, sociales, culturales y económicos, aparece como claro acicate para ir mejorando todo sin paliativos, a pesar de que son necesarias también óptimas planificaciones que tengan poco que ver con lo demagógico exacerbado.

Arrojar luz sobre los lugares inhóspitos o lacerantes de nuestras sociedades es una de las misiones de los medios de comunicación libres e independientes y del asociacionismo. Puedo referirme al abandonado mundo de la bajísima natalidad europea, al poco apoyo a las familias, a la sustitución del humanismo cercano por frías fórmulas de protocolos tecnocráticos sanitarios, por la adoración a la tecnología, considerada fin en sí misma; a las vivencias de soledad y desamparo del anciano o del discapacitado, sin capacidad de presión. A las violencias, a las desigualdades de todo tipo, sangrantes en sociedades sin pulso, gobernadas a corto golpe de encuesta. A una España amputada y exánime, sin proyectos sugestivos colectivos que la doten de prestigio, bienestar y sentido renovados, donde la ilusión se llama populismo o secesión en favor de lo paradisiaco.

Yo no hablo de supuestos adanismos-panacea, sino de una avisada lectura entre líneas de la realidad proteica y multiforme, caracterizada por el “dejar hacer, dejar pasar” en contra de la mayoría social o de las minorías acallables (que en toda democracia pueden devenir mayoría), sujetos pasivos de acontecimientos o involuciones de la estructura social alterada, conculcadora de los derechos humanos, no simple utopía ñoña, sino verdadera piedra angular universal de nuestra convivencia, esperanza y porvenir perfeccionable, que comienza en cada persona consciente y sabedora de que con sus actitudes y comportamientos puede hacer siempre algo por dar voz a los que no tienen voz.

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