Nuestro Congreso, indolente o cobarde
Hace unas semanas, un mequetrefe destrozó un ejemplar de la Constitución y lo hizo, nada menos, desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, el templo que debe salvaguardar la primera y más importante norma de España.
En cualquier país -en España es evidente que no- este monicaco tendría asumido que al bajar de la tribuna se iría para su casa destituido de su condición de diputado, para posteriormente rendir cuentas por su osadía.
No tengo nada que objetar a su comportamiento; nada esperaba de semejante mamarracho. La decepción me viene del resto de los diputados. Amén de otras consideraciones que me provocan, con esta indiferencia están haciendo gala de un egocentrismo supino: ¿quiénes se creen para entender que no ha habido desprecio en ese acto? Su función es evitar que se desprecie a las instituciones, en este caso al Congreso de los Diputados, a la Constitución y, por ende, al conjunto de los españoles.
A mi entender, una democracia no puede funcionar si no se respetan las reglas de juego; podrán cambiarse, con lo que pasarían otras a ser las que marcaran la pauta, pero sean cualesquiera las que estén en vigor, deben acatarse y al que se las salte, con actos como el sucedido en la Cámara baja, se le debe poner en su sitio.
Señores diputados, yo me he sentido profundamente ofendido por el "elemento" en cuestión y totalmente decepcionado por ustedes. Si no se sienten despreciados, mi opinión es que no sólo este figura tiene que irse, por supuesto ustedes también sobran.
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