Alumnos, padres y deberes
La difícil vida académica, en muchos casos plagada de tropiezos, es a veces sufrida con angustia por niños y adolescentes. Las exigencias académicas son las que son. Dicho esto, dedicaré las siguientes líneas a los actores -educadores, padres, niños y adolescentes- del complejo educativo, para quienes está escrito el guión de la educación, así como a señalar el hecho de que en la mayoría de los adolescentes no existe una conciencia clara del valor del esfuerzo como nexo irreemplazable entre expectativas y fines. Es esta débil conciencia del esfuerzo y de superación el rasgo común en un número elevado de adolescentes, así como la falta de disciplina, causas del bajo rendimiento académico o del abandono escolar. En el origen de esta situación parece hallarse una versión nueva y muy extendida de la libertad individual o autonomía personal, y cuya fórmula conocida es educación-no-dirigida.
Como psicóloga y logopeda, al tratar acerca de niños y adolescentes en edad escolar, dos ámbitos me salen al paso como motivo de reflexión: educación e instrucción. No cabe la menor duda de que la expectativa de los padres, puesta en el sistema educativo, no es otra que éste capacite a su hijo en la adquisición de conocimientos y habilidades o competencias (instrucción), a fin de que el niño, llegado a la edad de adulto, se incorpore al mundo laboral, a ser posible el de mejores condiciones y mayor remuneración. Dicho en otros términos, esperan de la institución educativa que hagan del hijo una persona de provecho. Centrando la atención en la fórmula persona de provecho, sale al paso la pregunta: ¿para quién ha de ser de provecho? Para él, responderán todos los padres, y para los demás, matizarán ya no tantos.
La formación de la persona es la que representa el otro ámbito de los dos que, líneas más arriba, he aludido. Es el ámbito propio de la educación, del proceso que conduce al desarrollo de la persona y que permitirá al niño incorporarse al mundo de los adultos. El criterio que guía -o debería guiar- este ámbito de la educación es muy diferente del del otro. En aquél se busca adiestrar al niño-adolescente en la adquisición de herramientas que, en colaboración con el socio (los otros), le capacite para conseguir, mediante el esfuerzo o el trabajo, su propio bienestar; en el otro ámbito se trata de preparar al individuo para que, resueltas las exigencias propias de la supervivencia, se encamine a una vida plena y, teniéndose a sí mismo, llegue a alcanzar el encuentro satisfactorio con los otros. En este segundo ámbito ya no se trata del adiestramiento en conocimientos y técnicas de aplicación, sino en la formación bien en principios, para unos padres, bien en valores, para otros, según las convicciones que estos o aquellos abracen.
No deja de sorprender que, hoy, se trate a los niños y adolescentes como si fuesen adultos, cuando es el caso que, en esta etapa, estos necesitan ser guiados para afrontar la vida. Aparentemente, esta consideración de adultos otorgada a los menores representa la renuncia del deber de educar. Y los efectos están a la vista: absentismo escolar y vagabundeo por las calles, comportamientos agresivos dentro y fuera del recinto escolar, padres agredidos por sus hijos, profesores diana de la ira y frustración de sus alumnos; criaturas, en fin, que se conducen sin ninguna referencia, a golpe de impulsos (espontaneidad).
Se ha olvidado que el niño es "tabula rasa" y que hay que estar presentes en esta primera etapa de la vida, para que viendo cómo los padres orientan sus pasos, él vaya aprendiendo a cuidarse por sí mismo. Hay que guiar para que, viendo cómo los padres y educadores le ponen límites, normas, exigencias, él se conduzca libremente como individuo responsable de su conducta. Hoy, las conciencias imbuidas del capítulo ideológico "la enseñanza-no-directiva" se olvidan de la condición de desvalimiento del ser humano y de la necesidad imperiosa de guía y referencias en los primeros años de la vida de un menor. El origen de la enseñanza-no-directiva se encuentra en el método aplicado en terapia psicoanalítica. Este método consiste en el papel de mero espectador del psicoanalista, cuyo silencio tiene por finalidad el que la exposición de ideas y sentimientos del psicoanalizado no sea contaminada con los comentarios del psicoterapeuta. Lo que es válido en el ámbito de la psicología clínica, en el de la enseñanza tiene sus efectos perversos. La aplicación de este método en el ámbito de la educación coadyuva a la desorientación de los adolescentes, que, una vez llegados a adultos, se conducen como adolescentes sin referencias y cuyo único criterio moral es el de la autenticidad (espontaneidad), esto es, el hacer y conducirse según el propio sentir, sin hacer distinción entre el ámbito privado y el social.
Hasta aquí el ámbito propio de la educación, el de la construcción de la personalidad. El otro es el relacionado con la vida propiamente escolar o sistema educativo, de cuyas instituciones y programas los padres esperan que sus hijos sean instruidos y capacitados para su incorporación al mundo laboral. Es el ámbito propio de la adquisición de conocimientos. Aquí, también, la presencia e implicación de los padres tiene que ver, en gran medida, en la feliz consecución del fin deseado, esto es, del éxito académico. Y he aquí la importancia de los deberes para casa: la mayor o menor implicación de los padres en las tareas propiamente escolares va a influir notablemente en la construcción de la personalidad del niño, así como que adquiera el sentido de la responsabilidad, del cumplimiento del deber, de la disciplina, del esfuerzo, de la superación personal y del interés por la formación permanente.
Existe la opinión bastante extendida de que las tareas para casa representan un exceso de la actividad académica, que las actividades realizadas en horario escolar son suficientes y que los niños necesitan jugar para construir su personalidad. Quienes así opinan contribuyen, en gran medida, a condenar a Peter Pan, una vez adulto, a quedar atrapado en el drama del Capitán Garfio, a encallar en la ensenada de Nunca Jamás. Efectivamente, el juego es, en esta etapa de la vida, tan importante como respirar. Pero es un hecho que las tareas para casa, cuando los padres colaboran en la realización de las mismas, contribuyen al mayor y mejor rendimiento académico del escolar.
La finalidad de las tareas para casa no es otro que conseguir fijar en la mente de los escolares lo nuevo que cada día se da a conocer en el aula. También es el medio a través del cual el profesor puede llevar el control del grado de adquisición de conocimientos y comprensión de los mismos por parte del escolar, así como mantener una comunicación directa, día a día, con los padres, quienes, a pie de tareas, pueden indicarle las dificultades observadas en sus hijos en la realización de las mismas.
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