España: un imperio ayer y una ruina hoy
Sí, ayer era un poderoso imperio en cuyos dominios, de aquí y de allá, no se ponía el sol, y hoy es una verdadera ruina, más que económica lo es social y políticamente, con una pérdida de valores éticos y morales que han agudizado más su ruina. Pero esto no es de ahora, viene desde muy atrás, como vamos a tratar de comentar de una manera objetiva y desapasionada, sin tendencia política o ideológica alguna, de las que paso olímpicamente, y con el criterio y autoridad que me da el haber conocido, vivido y sufrido un pasado que muchos, hoy, airean, hablan, escriben y pontifican cuando desconocen por completo ese pasado de tan triste y dolorosa historia, arrimando el ascua a su sardina ideológica con una osadía asombrosa. Pues bien, ésta es la verdadera versión de unos hechos que son los causantes de esa ruina social y política que padece nuestro país, de la que somos responsables todos, gobernantes y gobernados, tanto los de ayer como los de hoy.
Con 12 años uno vio caer una monarquía impopular, gastada, con un apoyo y respaldo a un capitalismo y empresariado que tenían oprimida a la clase trabajadora, con hambre y miseria en muchos casos. La República, como consecuencia, fue recibida por el pueblo con júbilo y alegría, que terminaron desvaneciéndose muy pronto, cuando bandas incontroladas comenzaron a quemar iglesias y conventos, llevando a cabo toda clase de desmanes, con la tolerancia de un Gobierno débil e inseguro. Confusión e inseguridad y el extremismo, tanto de izquierdas como de derechas, pronto afloraron con atentados y pistolerismo. Y tanto de izquierdas como de derechas, cada uno por su lado, se comenzó a fraguar un levantamiento contra el poder constituido democráticamente. La intentona del general Sanjurjo fue un fracaso, como lo fue también la Revolución del 34, liderada por Largo Caballero, conocido como el Lenin español, Indalecio Prieto, Casares Quiroga y otros, que quisieron hacerse con el poder con las armas. Otros socialistas más prudentes y buenos republicanos como Julián Besteiro (vergonzosamente combatido entonces por los suyos y olvidado y despreciado hoy) querían el cambio no con las armas, sino con las urnas, como civilizada y democráticamente tiene que ser.
Aquel quinquenio de 1931 a 1936, España era un polvorín, no se podía vivir, y la mecha que luego le hizo saltar por los aires, estaba por igual en la extrema izquierda y la extrema derecha. Y ya no digamos después de las elecciones de febrero de 1936, en que el partido gobernante, de derechas, fue barrido por un Frente Popular de izquierdas (¿se va a repetir esta historia en las próximas elecciones generales?), y la república fue sovietizada de arriba a abajo. Lo que ocurrió desde febrero a julio de 1936 fue tremendo, trágico, inexplicable, como sabemos muy bien los que lo vivimos y padecimos. Diremos, únicamente, que el "asesinato oficial" del diputado conservador Calvo Sotelo por un capitán y varios números del cuerpo de Guardias de Asalto, fundado por la República, fue la mecha que hizo explotar aquel polvorín carpetovetónico, que era un cúmulo de odios, revanchismos y de ideologías extremistas, que dieron lugar y provocaron aquella guerra fratricida entre hermanos, que dividió y destrozó España y dejó un balance de casi un millón de muertos.
Casi 80 años ya de aquella tragedia, que sólo la historia debiera recordar, y hoy los hay que están haciendo supurar de nuevo sus heridas, tendenciosamente, de una manera partidista y falaz. Y lo indignante y vergonzoso es que no vivieron aquel triste y doloroso pasado, del que no tienen más referencias que falsas y amañadas versiones, de acuerdo con la ideología política de un bando u otro. Los que vivimos y padecimos aquello hemos tratado de olvidarlo por una España mejor, en paz, unida y solidaria. Decepcionante es ver cómo hoy se hace historia de un pasado que se desconoce. Bueno, la verdadera historia no la escribe el hombre, sino el tiempo.
Felipe González, joven él, que tenía tan cerca y próximo el franquismo, no tocó para nada el doloroso pasado, consciente de que había que sepultarlo en la historia. González y los que, como él, procedían de Suresnes fueron unos buenos y moderados socialistas, ejemplo que no parece que sigan sus continuadores, como ha demostrado Zapatero, que tanto daño ha hecho a España y también a su partido, que tenía que ser hoy la formación política, responsable e idónea que decidiera y marcara el verdadero rumbo que tiene que tomar España, tan incierto y preocupante hoy.
Y si Felipe González respetó a los muertos de uno y otro lado e inició una política conciliadora, treinta años después nos viene Zapatero con su amañada y tendenciosa "memoria histórica" y vuelve a abrir las heridas de la Guerra Civil, dividiendo de nuevo a España y a los españoles. ¿Cabe mayor locura e irresponsabilidad? Eso, un presidente que en vez de unir a su pueblo lo divide y enfrenta, felonía y responsabilidad por las que la historia le pasará factura mañana.
Y sobre esa "memoria histórica", amañada, tergiversada y falaz, uno, que vivió y sufrió aquella tragedia, con la muerte pisándole los talones, va a ser crítico y veraz en lo que voy a exponer, harto ya de tanta mentira y falsedad por parte de cuantos hoy hablan de un pasado que no han conocido. Y para hablar de él, objetiva y desapasionadamente, nos vamos a situar en Asturias, de donde somos y vivimos, el 18 de julio de 1936, en que el alzamiento militar se produce únicamente en la ciudad de Oviedo, que es cercada por las fuerzas rojas o republicanas. En Gijón, el cuartel de Simancas se alza en armas también, con la ayuda, desde el mar, de la artillería del crucero "Cervera", pero terminó siendo tomado por los atacantes. Por lo tanto, Asturias no fue zona nacional y nada había en ella que reprimir o castigar, para que luego se persiguiera, encarcelara y se asesinara a tantas personas, cientos de ellas, por el mero hecho o delito de ser católicos o de una ideología política distinta a la que los que ostentaban el Gobierno en nuestra región, que no se había sumado al alzamiento militar. Hemos de decir al respecto que, ideologías aparte, otros aprovecharon la bélica y criminal coyuntura –y otro tanto ocurrió en la zona nacional– para dar rienda suelta a sus bajos y criminales instintos, como se demostró, por ejemplo, en el pueblo allerano de Nembra, en el que el cura y el maestro fueron sacrificados como se hace con los cerdos, en la propia iglesia parroquial. ¿Qué delito habían cometido el cura y el maestro? El primero, ejercer su ministerio sacerdotal, y el segundo, educar a los niños del pueblo.
En la zona nacional vino a ocurrir lo mismo. Nadie era culpable de nada, y por el mero hecho de ser republicano o tener también otra ideología distinta a la de los que pasaban a gobernar, fueron perseguidos, encarcelados o ejecutados. Decretados en unos juicios que eran una pantomima, una auténtica y verdadera farsa. Y ya no digamos de los criminales "paseos" llevados a cabo, con nocturnidad y alevosía, por asesinos con camisa azul y asesinos con camisa roja, mientras en los frentes de combate otros defendían y luchaban por un ideal que, en la retaguardia, envilecían y enfangaban los criminales y asesinos. Y recordamos al respecto lo que dice el escritor italiano Valero Máximo Manfredi en su obra histórica sobre la caída del Imperio romano, titulada "La última Legión": "En cada hombre duerme una bestia, y la guerra la despierta". Y esto es lo que ocurrió en nuestra Guerra Civil.
Por eso, siguiendo en esa línea objetiva y al margen por completo de toda ideología política, si tenía que haber una "Memoria Histórica" –ahora con mayúsculas–, obligado era hacerla extensiva igualmente al otro bando, que también tiene sus muertos enterrados en cunetas y otros lugares. En lo intelectual, citaremos dos casos nada más, que nos avergüenzan e indignan: el asesinato de García Lorca en el bando nacional, y el de Ramiro de Maeztu, en el bando rojo. De estos dos casos para abajo, por miles se pueden contar los asesinatos en ambos bandos, todos hermanos, hijos de la misma madre: España. Y para todos ellos, los de un bando y los de otro, nuestro respeto y un emocionado recuerdo, extensivos también a cuantos dieron sus vidas en los frentes de combate, defendiendo un ideal. A todos debiéramos recordar y homenajear, por lo menos, una vez al año, porque eran hermanos nuestros y caídos en aquella guerra fratricida, que nadie ganó.
Sí, porque en una guerra entre hermanos, como ha sido la nuestra, no hay vencedores ni vencidos, sino supervivientes, muerte, desolación, ruina, dolor y sufrimiento (en mi caso, con 16 años, me salvó de ser "paseado" mi mejor amigo, que era comunista), y esto lo sabemos muy bien los que vivimos y sufrimos aquella tragedia, que somos los que queremos olvidarla, como aquí hemos dicho en más de una ocasión, inútilmente, intentando promover un encuentro de cuantos "supervivientes" pueda haber y sus familiares, tanto de un bando como de otro; encuentro que podría ser también anual y coincidente con ese hipotético recuerdo y homenaje a todas las víctimas de aquella guerra cainita. Cainita, sí, porque en ella se volvieron a reencarnar, en ambos bandos contendientes, Caín y Abel.
Sería estupendo, maravilloso conseguir ese encuentro, conocernos todos, darnos un abrazo y tomarnos unas copichuelas. Y que Asturias fuera el ejemplo y que de ella partiera la iniciativa conciliadora que, aquí, en LA NUEVA ESPAÑA, periódico independiente y de difusión nacional, proponemos y rogamos una vez más.
Y ni imperio ni ruina hoy, sino todo lo contrario: una España en paz, unida y solidaria. Ideologías aparte, ésta tiene que ser la única política que debemos tener y practicar todos, absolutamente todos, gobernantes y gobernados, si no queremos que mañana las generaciones que nos sigan lancen un escupitajo sobre nuestras tumbas y nuestro despreciable recuerdo. Que es lo que ya nos merecemos hoy.
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