Carta para M. M. G.
Malquevino:
Sin duda, sería lo mejor acudir al socorrido argumento de que en España todo funciona mal y, en este caso -aparte de algunas personas-, las comunicaciones son un desastre... si tenemos en cuenta que te he enviado varios mensajes a través de Facebook, te llamé otras veces por teléfono y no hubo modo tampoco. Porque tú, hombre de bien, creo, me habrías contestado de haber llegado a ti alguna de estas llamadas, de igual modo que acudiste a mí en cierta ocasión para pedirme ayuda... en forma de préstamo, del que, de tres partes, todavía quedan pendientes dos. Y ya ves, eso fue en 2010. Y sigue habiendo la misma distancia de Sama a Laviana que entonces.
Me cuesta seguir con esta carta pública; pero no tengo más remedio. El silencio es la evidencia de quien elude toda responsabilidad. Como tú. ¿O no? ¿O es acaso que las comunicaciones funcionan mal y no llegó a ti ninguna de ellas? Todo es posible. Pero lo que no acepto como posible -porque defiendo lo mío- es que, pese al tiempo que pasa, sigas guardando silencio y como si no hubiera nada pendiente. Y pendiente, amigo de ayer y no tanto de ahora, hay muchas cosas, que mil euros harían el milagro, al devolverlos, de que cada cual fuera por su lado y aquí paz y, después, gloria. Y todo sin dar a luz una nota de puño y letra, número de identidad y firma. Todavía me cuesta creer que haya que sacar los trapos sucios a airear, porque, ante tu silencio, no haya otra cosa más que hacer. O no dejas otra opción.
Luego de este acontecer lamentable, no hay más que un responsable y un culpable, que tú sabes y conoces mejor que yo. Tú mismo. Por mi parte, nunca hubiera llegado a esta situación, que lamento, pero que ha sido debida al dinero que adeudas, al silencio que guardas y a la aptitud que adoptas. Ante tanto, ¿debo seguir guardando silencio? ¿O debo decir: ¡Paga y te devolveré la honra!
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