El legado inmaterial de mi madre
En el primer aniversario del fallecimiento de mi madre, Lola Hevia Fuente, quisiera honrar aquí su memoria con una pequeña colección de testimonios que espero resulten de interés para la mayor parte de los lectores.
Tuve el impagable privilegio de disfrutar de una madre que, aparte de quererme y ayudarme de manera incondicional, me transmitió un rico caudal de cultura popular, especialmente en lo que a la tradición oral se refiere. En ese proceso, como era de esperar, mi progenitora actuó, de un lado, como eslabón entre la generación de mis abuelos, Gabino y Josefa, y la mía, y de otro, ejerció también de inteligente transmisora de lo escuchado a mi padre, Delfín Busto, difunto treinta años antes que ella.
El susodicho caudal está compuesto de romances; canciones, en las que tienen cabida desde nanas –aquellas con las que mi madre me arrulló–, hasta tangos, pasando por un buen abanico de asturianadas; refranes, adivinanzas, acertijos, dichos, poesías, oraciones, cuentos, humoradas, juegos, recetas, conjuros, anécdotas y muchísimas otras expresiones –unas en asturiano, generalmente amestáu, otras en castellano–, a cual más curiosa e interesante.
Del romancero oí a mi madre recitar "Las tres cautivas" y cantar "La doncella guerrera". Esta última pieza, muy extendida, comenzaba con los versos: “En Sevilla a un sevillano / siete hijos le dio Dios / y ha tenido la desgracia / que ninguno fue varón. / Un día a la más pequeña / le vino una tentación / de ir a servir al Rey / vestidita de varón”.
El cancionero que usó Lola a lo largo de su vida es tan nutrido en número y género que resulta difícil elegir aquí algunas muestras. Nanas como la que dice: “Esti neñu ye una rosa, / esti neñu ye un clavel, / esti neñu ye un espeyu, / la madre se mira en él. / Duérmete, mi vida, / duérmete, mi amor, / duérmete cariño, de mi corazón”; tangos maravillosos como "Nostalgias" o "Madre de los cabellos de plata"; decenas de asturianadas como la clásica "A dónde vas a dar agua", etcétera. Recuerdo incluso haber escuchado a mi madre, a dúo con Manolo Penayos, componente del grupo "Nuberu", el bellísimo y melancólico tema "El veleta". Lola hizo suyo por entero aquello de que “quien canta su mal espanta” y cantó, todo placer y verdad, así estuviera esperando el tren o haciendo la colada.
Subtítulo: La transmisión de un rico caudal de cultura popular
Destacado: Hay en mi legado materno una larga poesía infantil, de procedencia escolar, titulada La muñequita, que, en su ingenuidad y ternura, me evoca las peponas de la España de las décadas de 1930-1940
Del amplio refranero manejado por mi madre evoco aquí, verbigracia, tres perlas: “Muncho y bien, no hay quien”, dicho procedente de mi abuela Josefa, que previene acerca de quienes se jactan de haber trabajado con tanta abundancia como excelencia; “Si sal con barbes, San Antón, y si no, la Purísima Concepción”, sugestiva frase pronunciada antes de sacar del horno algún asado y, finalmente, “Onde nun lu llamen, va'l perru”, un dardo contra los entrometidos.
Entre las adivinanzas o cosadielles destaco, para esta ocasión, el siguiente par: “Alto, muy alto / redonda como un plato” (La luna), y “Tópolu por la mañana / tou vestíu de negro / nun ye cura / nin ye fraile / ye lo que te dixe primero” (El topu).
Pasando a los acertijos, selecciono uno, magnífico, que reencontré nada menos que en "Así habló Zaratustra": “¿Qué le dijo el hierro al imán? Te odio, porque me atraes”.
Hay también en mi legado materno una larga poesía infantil, de procedencia escolar, titulada "La muñequita", que, en su ingenuidad y ternura, me evoca las peponas de la España de las décadas de 1930-1940, y muchas otras obras en verso.
Uno de los cuentos preferidos de mi madre era el de las tres hijas casaderas. Lo narraba, más o menos, de esta guisa: “Una madre tenía tres fíes. Les dos mayores queríen casase y la pequeña, no. Vino un pretendiente y pidió-yos que pusieran tres potes a ferver. A la que primero-y ferviera la pota, casábase con ella. Les que nagüaben por casase, nun paraben d'abrir la tapa pa mirar. La más pequeña, nin miraba pa la pota. La madre pregunto-y por qué nun miraba y entós ella miró y ya taba ferviendo. Así que fue la pequeña la que se casó”.
En fin, necesitaría muchas páginas de este diario para recoger ejemplos de todas las categorías. Terminaré con los números cantados de la lotería casera, fantásticos ingenios orales, que conocí a través de mi madre, y que incorporé a una ponencia impartida en las Jornadas Nacionales de Ludotecas, celebradas en Albarracín (Teruel). Aquí van algunos: “¡L'únicu remediu!: el 1; ¡Vaya por Dios!: el 2; ¡La patina'l perru!: el 3; ¡El cuacarín!: el 4; ¡El cinquín de Noreña!: el 5; ¡La gadaña!: el 7; ¡La morciella!: el 8; ¡Abre'l paragües que llueve!: el 9; ¡Un pelao!: el 10; ¡Los pelos de Marta!: el 11; ¡La hora comer!: el 12; ¡La mala pata!: el 13; ¡Caga-torcío y nun ve!: el 14; ¡La niña bonita!: el 15; ¡La buena moza!: el 18; ¡San José!: el 19; ¡Pavinos al agua!: el 22; ¡Nochebuena!: el 24; ¡Navidá!: el 25; ¡La edá de Cristo menos un mes!: el 33; “¡L’añu la fame!: el 41; ¡Cuácara con cuácara!: el 44; ¡Los gallegos!: el 55; ¡Los gemelos!: el 66; ¡Arriba y abaxo!: el 69; ¡Les banderes d'Italia!: el 77; ¡Les dos morcielles!: el 88; ¡El güelu!: el 90”.
Mi madre, leyendas familiares aparte, era un prodigio de magia, afecto y vitalidad. Jamás olvidaré sus postreras sonrisas al verme. A veces, cuando notaba en mí el miedo a la muerte, me decía tranquila: “Hai que morrer, fíu, hai que morrer”.
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