La Serra Depeneda-Gerês, Patrimonio de la Humanidad en Portugal
En el noreste de Portugal se extiende la sierra de Gerês, recortada por el río Cávado, que se embalsa hasta cuatro veces, la última en una presa que forma el amplísimo embalse de Caniçada, al que también aporta su caudal el afluente llamado Caldo. Esta confluencia se lleva a cabo entre dos puentes abiertos en uve, que forman un amplio lago artificial, aprovechado para el baño y los deportes náuticos, con playitas de arena entre una población diseminada con viviendas rústicas y chalets, entre los que hay varios pequeños hoteles, casas de turismo rural, bares, restaurantes y terrazas, muy concurridos sobre todo en verano.
A pocos kilómetros se sitúa la pequeña villa de Gerês, a unos ochocientos metros de altitud, capital del concejo con un aire de tranquilidad balnearia, sin ruidos ni estridencias turísticas, adornada de un par de hoteles clásicos de estilo francés en su calle principal, que acaba en la plaza redonda y arbolada de las Termas, famosas por sus agua ricas en flúor y aconsejadas para los trastornos hepáticos y digestivos, abiertas de primavera a otoño. En esa misma plaza está la iglesia, pequeñita y acogedora; limpia, arreglada y bonita, con imaginería sencilla y retablos de estilo barroco.
Allí comienza la parte suroriental del Parque Nacional de Peneda-Gerês, considerado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, al que se puede acceder por una estrecha y sinuosa carretera, entre bosques de coníferas, robles, encinas y hortensias, que va dejando derivaciones de caminos hacia miradores como el de Pedras Belas, con panorámicas de mucha amplitud sobre Caniçada y otros espacios más alejados de cumbres ya sin arbolado, de granitos áridos, de unos mil quinientos metros de altitud. En la zona hay también vestigios de una calzada romana, y la carretera sigue hasta la frontera española en Portela do Home, a la entrada de la provincia de Orense. En su vertiente norte se extiende por la Serra da Peneda, que va a caer al Minho, sobre Melgaço, después de haber pasado por sitios destacables como el asombroso Santuario de Nossa Senhora da Peneda o las aldeas de montaña de Soajo, con su treintena de espigueiros (hórreos) reunidos sobre una enorme piedra granítica o Castro Laboreiro, que entre otras características propias tiene una raza de perro pastor que lleva su nombre.
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