Mi querida España
En nuestro país hay una especial querencia por lamerse las heridas, por autoflagelarse, incluso por caer en espirales autodestructivas. Es lo que se vino denominando demonios familiares de lo español: crítica pulverizadora, rivalidad cainita, estallido irracional y pasión incivil. Yo no deseo que España sea así: hemos vivido edades de plata, mirando nuestra larga historia fulgurante de epopeyas y amenos lances con la incorporación de una cultura ecléctica de libertades y derechos universales, donde lo español no es atavismo, sino un proyecto modernizador garantista, de convivencia y con logros clave en apertura, incremento del nivel sociocultural y tolerancia fructífera. Una creciente demanda de participación. España no es un país tenebroso, ni tumultuario, pasto de las moscas, la tiranía o el extremismo revolucionario. No hay un laberinto goyesco de fanatismo y hostilidades mutuas de tragedia, creo que la democracia española es un éxito y está afianzada en una nación federalizante, pero aún unida y con pujanza. Es cierto que "las lacras de España" pueden ser el autodesprecio de los exaltados independentismos, la corrupción, el extremismo y las brechas sociales. Pero basta ya de interiorizar mensajes maniqueos. La España de hoy es muy mayoritariamente pacífica, estable, formada y cívica, donde existe masa crítica para desterrar totalitarismos y retrocesos, y se han abandonado unanimidades, miedos y cerrazones en pro de dar salida a toda la complejidad del pluralismo. La enseña es un progreso sin exclusiones y un patriotismo de país constitucional avanzado, no arrogable por nadie. Que vivifique y urja un nuevo relato tan lúcido como fraterno.
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