Autocritica
Hace unos pocos días este diario tuvo a bien publicarme una carta en la que yo conjeturaba con más o menos acierto sobre el poder que tiene la masticación de una noticia en el pensar común. Es decir, de cómo los medios de persuasión señalan al sur o al oeste según modas y las ovejas miramos acá o allá obedientes casi todas. En ella yo aventuraba que antes del fin del mes (de septiembre) ya se estaría hablando de otra cosa mariposa y así ha sido, los sirios ya no son noticia, aunque volverán. Lamento acertar, en este caso, pero uno ya ha vivido lo bastante como para conocer el paño.
El objeto de esta nueva carta abunda en la misma reflexión. No es mi interés particular arremeter sólo contra la prensa, ávida consumidora de realidades, a qué negarlo, también pinchar a todos esos ciudadanos que manifestaban su irritación subidos a la ola de la noticia, a los opinadores de todo que son los tertulianos habituales de las tertulias habituales, algunos de los cuales exhibían una indignación cercana al éxtasis místico y blandían soluciones definitivas de emergencia y sencilla aplicación, ya ven.
Ahora toca Cataluña, y su éxtasis sedicioso, pero aventuro que las declaraciones de Pichurri, veterano centrocampista de la Balompédica Esportiva, darán que hablar. Y así llego a la nuez de mi reflexión, que no es otra que la de admirarme, no de que las noticias vayan y vengan de las portadas por vaya usted a saber qué intereses o inercias, sino de algo más. Que los telediarios de las tres y las nueve nos machaquen con imágenes que nos llegamos a aprender de memoria no es más que una parte del negociado, a mí lo que me inquieta es el destino de todos esos borbotones de sentimientos y toda esa clarividencia de la justicia humanitaria que se manifiestan y desaparecen como un brote estomacal veraniego. Deben acabar en la papelera, como los tickets del super. Borges era el ser adecuado para conjeturar sobre ese extraño destino de los sentimientos que brotan y se desvanecen.
Digo yo, los sirios fronterizos ni se materializaron a finales de agosto en las fronteras de Austria-Hungría ni ahora se han vaporizado, por mucho que en nuestras cabezas se haya inoculado el analgésico de un padre y sus dos hijos que encontraron acomodo excesivamente mediático en los alrededores de Madrid. Quiero decir, que parece ser que esos arrebatos de justicia necesaria que muchos sintieron y expusieron en forma de fiebres parecen tener remedio con que nos muestren a un crio recibiendo a Papá Noel en verano, o algo así.
Concluyo. De nada sirve rasgarse las vestiduras cuando lo dice la tele. Hace unos días exigíamos a los políticos que tomaran medidas inmediatas para que no se nos amargara el café, en ello deben estar, digo, y si lo hacen bien, mal o mediopensionista ya no nos afecta, hemos pasado la pelota a su nivel de responsabilidad y así podemos volver a dormir tranquilos. Siempre que la Balompèdica mantenga la categoría, claro, y echen a ese entrenador yugoslavo que es un bocazas.
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