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Violencia verbal catalana

14 de Octubre del 2015 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

"De nimis non curat praetor"

El adagio forense latino lo aprendí cuando estudiaba Derecho Romano. ¡Qué belleza el de este apotegma para los tiempos que vivimos en la desolación de la mentira, la pornografía y las falsas expectativas! Dice la alcaldesa de Barcelona que los españoles somos unos genocidas. Yo no sé de dónde habrá salido esta piba. Un poco arrabalera sí que es, lenguaraz y atormentada por sus exabruptos inanes. El pretor no juzga minucias. Al que, convulso, se exaspere en desaforados gritos, insultos e invectivas que le apliquen la camisa de fuerza. Madre España, cuánto te escarnecen y humillan el día de la Pilarica. Madre España, madre Roma. Mamamos todos, franceses, ingleses, italianos, rumanos, portugueses, catalanes y gallegos todos de la ubre de la loba capitalina. Ella posee pechos generosos como aquella rubia de "Armacord" una nodriza superdotada. La primera vez que contemplé Roma con mis propios ojos me entraron ganas de gritar:

!Madre. Madre. Mio Dio, mama mia!

Se esparció el eco por las fuentes de Caracalla en medio del calor de agosto. Madre Roma, madre España, que nutristeis con la leche de la cultura a tantos pueblos en un proyecto civilizador que no tiene parangón en la historia. Ahí les duele a muchos como esta primera vara del consejo de los cientos que se despacha con una alcaldada. Doña Ada Colau no ha leído a Melo, aquel historiador portugués que vivió como soldado de un escuadrón de caballería al mando del marqués de Vélez la guerra de Cataluña. Ha sido mi libro de cabecera este verano. En sus páginas me he topado con el rostro enfurecido de las chusmas que, hoz en ristre, cortaron la cabeza a un catalán honesto como era el marqués de Vélez. Una venganza catalana en toda regla que se estrelló contra los ejércitos de Felipe IV y del conde duque de Olivares.

La Colau debe ser una de aquellas furias que ataban a la cola de los caballos a los soldados hechos prisioneros de los regimientos reales o echaban aceite hirviendo a la cara de las damas sospechosas de españolistas.

Es la misma furia, la misma saña, el mismo odio de aquella desazón en aquel entonces. Sólo que don Felipe VI no es Felipe IV. Va de Borbones y vamos de nones. Y don Rajadizo, el mirífico, tampoco es el Conde Duque, un primer ministro tan grande que llevaba al Estado en la cabeza, un estado que sus tristes sucesores están haciendo trizas.

Tampoco se ve por ninguna parte al Tercio de Sicilia, que metió en vereda a los alborotadores de aquella rebelión, ni manda siquiera en la Moncloa un Manuel Azaña que mandó a la artillería contra el palacio de la Generalidad y salió Companys, el de los 72 fusilamientos, de Montjuich con los brazos en alto. Aquel Luis Companys, un militar que traicionó su jura de bandera, no se distinguió nunca por su valor en el campo de batalla.

En Marruecos, capitán corrupto, se quedaba con los haberes de los soldados y los moros le llamaban "el asesino". Una crisis así ni Rajoy ni el Borbón la han entendido, -pero el Verrugo sí que lo entendió-, sólo se solventa con tiros a la barriga y de "nimis non curat praetor".

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