Responsables

22 de Octubre del 2015 - José Luis Peira García (Oviedo)

Varias noticias que en estos días medran por los medios me estimulan una reflexión sobre las responsabilidades. En Marbella, por ejemplo, ahora que se cumplen años del inicio judicial del asunto parece ser que se va a considerar que las fianzas de los delincuentes que se pudieron capturar reviertan en las maltrechas arcas municipales. Mi respuesta, visceral, no legitima, escasamente rigurosa, tiene un fondo ético que es el que pretendo compartir a modo de desguace filosófico y que comienza así: que se joroben los marbellíes. Realmente, el partido de delincuentes que les gobernaba de un modo indecente obtuvo el respaldo popular de cuatro mayorías consecutivas.

Los agentes investigadores que han destripado el caso reconocen que nunca se vieron ante tamaña desmesura delictiva. En los tiempos del corralito argentino alguien afirmó que el problema del país ya no era la corrupción, sino el saqueo, es decir, que se puede llegar a un estado en que se añore la corrupción como un mal más cercano a la civilización. Y eso es lo que al sur de Europa también ocurrió.

Marbella fue un maldito saqueo, un nido de piratas bronceados que presumían de fiesta en fiesta entre palmas folclóricas y rayas de coca mientras los medios le reían las gracias a Vito Corleone y sus gánsteres del ritmo. Eso sí, todo adecentado con las urnas de unos ciudadanos encantados de que su pueblo saliera en las revistas del higadillo y la prensa deportiva indistintamente. Lo mejor del choriceo patrio, que ya es tener pedigrí, recalaba por allí, y los marbellíes venga a votarles.

Lo que yo digo es que encarcelados, fugados o muertos algunos de esos mangantes queda la responsabilidad del pueblo que les vitoreaba, de toda esa gente que puntualmente depositaba su papeleta en la urna para sostener el inequívoco expolio. No sé si es consecuencia de la cultura latina, occidental, cristiana o norteafricana, pero convendría interiorizar la parte que a cada cual le toca cuando pasan algunas cosas. Aunque legalmente no sea asumible los habitantes de esas localidades merecieron los ayuntamientos que ahora tienen, igual que los catalanes merecen la independencia, no sé si se me entiende, es una reflexión abstracta, para empezar porque mucha gente no colabora en sostener esos regímenes y por tanto no los merece. Pero si nos atenemos a que la democracia consiste en el mandato del pueblo el resultado de la ecuación es que las sociedades tienen una responsabilidad. Cataluña, por ejemplo, presenta un problema paralelo, ensimismados en la idealización de una independencia, la mitad de sus habitantes está dispuesta a vender su alma al diablo por un plato de lentejas. Me encantaría que se salieran con la suya, pues ese sería su castigo, pienso, a la vista de la caterva de líderes de uno y otro aroma que encabezan su cabezonada.

Es muy habitual en España que en todas las elecciones se legitimen reconocidos corruptos por todos los puntos cardinales, reyes del mambo locales que son ovacionados por el pueblo llano cuando se dejan ver en la procesión de la virgen de la patarrastra o con la bufanda del club de fútbol local al poner la primera piedra de un parque de atracciones de diecisiete millones de hectáreas métricas. Cuando huyen con la pasta o son enchironados unos meses suelen dejar detrás unos pufos que ya quisieran los agujeros negros siderales. Entonces, ese pueblo aplaudidor no suele reconocer su parte de culpa, todo lo más se animan a señalar a la envidiosa oposición o a esos jueces de Madrid que nada saben de cómo funcionan aquí las cosas.

Rescatar ahora a un territorio como La Costa del Sol en el que por muchos lugares ya no pasa el camión de la basura puede ser un acto de generosidad social, pero lo que siento es que no lo merecen. O sí. Amén.

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