¿Por qué cae Podemos?
Resulta palmario que nuestra sociedad lleva algún tiempo instalada en lo efímero, en lo que se da en llamar “carpe diem”, y en una cultura cada vez más arraigada de lo inmediato, que nos lleva con demasiada frecuencia a desechar lo que ayer era bueno para transformarlo en malo, o viceversa.
Naturalmente, el escenario político de nuestro país no es ninguna excepción en ese sentido, aunque cabe matizar que las diferentes fuerzas políticas, emergentes o no, se suelen ganar el prestigio o la defenestración a pulso, a base de sus aciertos y en función de su capacidad para alejar o atraer al votante de a pie, que es en lo que consiste principalmente su tarea, por más que las formas y las maneras de hacerlo consigan en muchas ocasiones el efecto contrario al que persiguen.
Es posible que no me equivoque al afirmar que la irrupción de Podemos en el panorama político español representó uno de los impactos más favorables entre un electorado hastiado y asqueado por unos índices de corrupción realmente infumables, y más bien tirando a cabreado por el injusto reparto de la carga que ha provocado una crisis a la que no se le ve el fin, pero que, sin embargo, en muy poco tiempo, entre el que nos separa de las elecciones europeas del año pasado y la actualidad, no han dejado de ir perdiendo paulatinamente el amplio crédito que se les otorgó. Seguramente que esta circunstancia no se ha dado sólo por un hecho concreto, sino que obedece a la suma de varios conceptos, entre los que cabría señalar como principal el de la escasa confianza que han sido capaces de transmitir sus principales dirigentes, tanto a nivel nacional, como regional, e incluso local.
Aparte de las muchas, y muy importantes, correcciones que han hecho sobre su programa inicial, la mayoría lógicas, la representación institucional que obtuvieron en el mes de mayo de este mismo año y la posterior actuación de los cargos electos han venido a demostrar que además de no aportar la frescura que se esperaba, tampoco se vienen distinguiendo por saber administrar las cuotas de poder, o de oposición, que se les ha encomendado. Personalmente, me inclino a señalar que el mismo proceso de confección de las listas para concurrir a los diferentes ayuntamientos y comunidades autónomas ya dejaron de manifiesto que los codazos y las malas artes para conseguir “plaza” no se distinguieron lo más mínimo del comportamiento tradicional del resto de los partidos de la “casta”. El espectáculo que, por ejemplo, se dio para elaborar la lista que concurrió en Oviedo, del que fui testigo presencial, fue simplemente dantesco. No es que se emplearan las peores artes para amañar los nombres de unos pocos, sino que se vulneró nada menos que la voluntad expresada por la votación popular, provocando con ello la renuncia de algunas personas que demostraron un amplio sentido de la dignidad, e incluso la retirada de alguna que otra formación política, como fue el caso de Equo. Todo un anticipo de lo que ha resultado ser una desmedida ambición por el poder, pues con tal de ejercerlo, siquiera importan las salidas de pata de banco y los palos de ciego que vienen dando, llegando a la esperpéntica situación de poner al frente de la gestión económica de una ciudad como Oviedo a un aventajado licenciado, pero en Medicina, sin menoscabo de que el pacto llevado a cabo para desalojar de la alcaldía a las huestes del gabinismo ilustrado haya representado un sano ejercicio de higiene política.
Las causas principales que, según todos los indicios, apuntan a un descenso progresivo del voto hacia Podemos tampoco hace falta ir a buscarlas demasiado lejos. Al margen de que la regeneración política de nuestro país sea clamorosa, no es menos verdad que quienes pretenden abrazar la bandera del cambio necesario andan lejos de plantear opciones creíbles, y sobre todo tangibles. La calculada indefinición y ambigüedad en las que se mueven, las palabras huecas, la escasa capacidad demostrada para encajar la crítica, por pequeña que ésta sea, la pretensión de una postura transversal que sirva lo mismo para un roto que para un descosido, o el desconocimiento profundo sobre el paisanaje medio que habitamos en este país dan como resultado una desconfianza creciente por parte del elector. Pero si, además, buena parte de los cargos electos de dicha formación vienen dando muestras de una arrogancia, soberbia y prepotencia fuera de todo lugar, y por completo innecesarias, la distancia no puede hacer más que crecer.
Siendo cierto que la mayoría de sus cargos electos gozan de una preparación académica adecuada, no lo es menos que son incapaces de entender que los electores no los han elegido para que se prodiguen en permanentes faltas de respeto hacia las diferentes instituciones de las que forman parte, de una ausencia de educación y cortesía parlamentarias realmente injustificables, y de unas puestas en escena que rozan en muchos casos el ridículo, y la verdad es que me parece que no es tan difícil de entender.
Antes de fin de año habrá una cita, la más importante, con las urnas. Según todos los indicios, parece plausible que se acaben las mayorías absolutas que tanto mal han hecho a este país, pero mucho me temo que el bipartidismo va a continuar gozando, como diría un buen amigo mío, de una mala salud de hierro. Vaya, que a poco que uno se descuide, vamos a ver a cualquiera de los dos grandes partidos políticos con mando en plaza y despacho en la Moncloa, por la sencilla razón de que volveremos a ser mayoría quienes volvamos a no encontrar a quien votar. Una verdadera lástima, pero algunos van a conseguir el triste récord de pasar de haber ilusionado a una buena porción de la ciudadanía a conseguir un grupo parlamentario propio, pero no significativo para influir en los destinos de un país que, como el nuestro, merecía cuando menos una oportunidad de poner punto final al mayor latrocinio que se recuerde, y al creciente, lacerante y vergonzoso desequilibrio social nunca conocidos.
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