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En recuerdo del padre Jesús Rodríguez Arias

13 de Noviembre del 2015 - Juan José de León Lastra (Madrid)

En la tarde del día 29 de octubre fallecía en la enfermería que los Dominicos españoles tienen en Villava fray Jesús Rodríguez Arias. Había cumplido 92 años. El padre Arias era asturiano, nacido en Villacondide, parroquia del concejo de Coaña. Sin embargo, no era muy conocido en nuestra región, era el resultado de haber pasado casi su vida fuera de ella. En Villacondide sigue su hermano como párroco. El padre Arias se sentía asturiano, con ese sentimiento propio del asturiano que no le impide admirar el lugar donde vive. Era doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Roma, y fue profesor durante diez años de esa dimensión del conocer, aceptado por sus alumnos por su saber y su saber enseñar. Aunque dejó la docencia de la filosofía después de diez años para ocuparse de otros asuntos a los que aludiré por encargo de los superiores, el padre Arias fue filósofo siempre. Lo fue en el sentido original de la expresión, amaba la verdad y se dedicó a buscarla. Búsqueda compleja, pues la verdad se esconde, no está en la apariencia, en la corteza de los acontecimientos, en la epidermis de lo que se muestra. Tampoco es fruto de argumentación elemental. La búsqueda de la verdad le llevó a reflexionar sobre la cuestión tan filosófica y de clara tradición aristotélica y tomista de la analogía. De la analogía se ocupa en varios artículos publicados en las revistas de los dominicos "Estudios Filosóficos" y, sobre todo, "Ciencia Tomista". Frente a la tentación de la univocidad que homogeneiza todo y basta un dato para crear opinión con seguridad de matemático o la equivocidad que entiende que nada hay consistente, todo es relativo, la analogía expresa las diferencias en los seres y los matices que los identifican. Desde la consideración análoga, en sus diversas variantes, se camina hacia la verdad, en concreto hacia la verdad de ser lo que se es y de cómo relacionarse con los demas. Ello exige tomarse tiempo, porque la verdad no es la noticia, ni es lo que de modo inmediato entra por los sentidos o la precipitada conclusión a partir de premisas conocidas por encima. El padre Arias deja esa lección a los tiempos que corren: tan epidérmicos, tan rápidos en los juicios, donde se reparten opiniones sin saber con qué criterio -se tiene opinión, pero ¿criterio, que exige discernir?-. Bien podríamos aprovecharla.

Pero como indiqué, la vida del padre Jesús derivó a asuntos no precisamente relacionados con la filosofía: hubo de ocuparse de los procesos de canonización de dominicos o dominicas. Acometió la tarea, eso sí, desde su talante filosófico, con minuciosidad y honradez intelectual. Entre las diferentes causas, la que le ocupó más tiempo fue la de Práxedes Fernández, mujer, esposa, viuda siendo joven, madre de familia que nace y vive en el entorno de Mieres, excepto los dos últimos años, que viene a Oviedo, donde muere a los 50 años, el 6 de octubre de 1936, en pleno cerco, de una apendicitis que derivó en peritonitis por falta de medios quirúrgicos para atajarla. Mujer sencilla de profunda religiosidad, serena y valerosamente profesada en medio de la violencia revolucionaria de 1934 y de la represión posterior; mujer que brilla por vivir para los demás y sentirse atraída en especial a acoger al que nadie quiere, al necesitado de atención material y espiritual. Madre de fraile dominico y ella misma laica dominica. El padre Arias llega a conocer no hace aún un año que el Papa Francisco había reconocido las virtudes heroicas de Práxedes, y por ello la llamamos venerable. Fue una alegría que le llega en la ancianidad, con sus fuerzas debilitadas.

Una persona de la integridad mental y de la dedicación honrada y sabia a causas tan distintas como la investigación filosófica sobre la verdad del ser y la promoción de santos no debería pasar de este mundo desapercibida. Su lección, la última de su vida, que nos da con su muerte, la hemos de recoger para buscar en serena paz y hondura la verdad y esforzarse que sea conocido y proclamado lo mejor de nuestra condición humana: la bondad.

Fray Juan José de León Lastra, OP

Madrid

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