Ese oscuro recibo de la luz
Las quejas de los usuarios por el elevado coste de la factura de la electricidad son una constante en nuestro país. Posiblemente, ningún otro servicio básico concita por su precio tanto descontento. La realidad del mercado eléctrico se asemeja más a un oligopolio que al limpio juego de la oferta y la demanda.
Una de las explicaciones de esta singularidad es el llamado déficit de tarifa. Un mecanismo inaugurado en el año 2.000, que permitió repercutir a posteriori en el consumidor los costes que en esos años no habían cubierto unas tarifas sujetas a precios políticos. Ha sido una decisión que los ciudadanos españoles arrastraremos todavía durante tres lustros más, hasta que queden enjugados los 30.000 millones de euros del déficit tarifario.
Pero esta pesada carga es solo una más de las varias que han sido puestas en las espaldas de los usuarios; las compensaciones, cargas y otros conceptos atípicos que se transcriben en la enmarañada factura de la luz sin formar parte de la generación y distribución de la electricidad suponen hoy nada menos que el 46% del recibo, ó sea, 14 puntos más que hace seis años.
El triste resultado es que España es el cuarto país de la UE con la tarifa más cara en este servicio, sin que exista ninguna razón objetiva que lo justifique porque el coste de producción del kilovatio incluso se ha reducido desde el año 2.008.
No es propio de un país moderno como el nuestro que se utilice la factura de la luz para hacer pagar a escote entre los consumidores el coste de medidas ajenas a la estricta prestación del servicio.
Por eso, ahora que tras 20 años los usuarios dejaremos de pagar a las eléctricas la compensación por la paralización de tres centrales nucleares, será el momento idóneo para poner en orden este importante despropósito.
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