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Los toros, el circo romano del siglo XXI

4 de Octubre del 2009 - Rosa María Mulas Luque (Moreda de Aller)

Las corridas de toros no son más que técnicas de tortura, un espectáculo donde el público disfruta con la tortura cruel y sangrienta de un animal para luego terminar con su vida haciéndolo morir ahogándose en su propia sangre ante miles de espectadores vestidos para la ocasión, ¡es repulsivo! ¿Nos consideramos civilizados permitiendo esto?, pues no somos más civilizados que en tiempos de los romanos cuando se tiraban esclavos a los leones como divertimento público. «El toro no sufre», dicen muchos taurinos. El toro comienza a sufrir 48 horas antes de la lidia, sometido a un encierro a oscuras para que al soltarlo la luz y los gritos de los espectadores lo aterren, lo que produce una imagen de que el toro es feroz; le retocan los cuernos para proteger al torero y un sinfín de artimañas. ¿Y quién le dice a usted que el toro no sufre? ¿Se han parado a mirar alguna vez la reacción de un toro si se le pone un insecto encima? Pues lo espanta con su cola, demostrando así la gran sensibilidad de su piel. Si esto pasa con un ligero insecto, ¿qué sentirá el toro cuando le encajan seis afiladas banderillas de 6 centímetros de largo en forma de arpón? Estas banderillas a cada movimiento del toro se mueven haciendo que los arpones horaden y desgarren cada vez más la carne aumentando la hemorragia y el dolor del animal. Tampoco la muerte es instantánea, el estoque es una espada curvada de 80 centímetros; en la teoría, la colocación «ideal» se sitúa a la derecha e izquierda de la columna vertebral, a la altura de la 3.ª y 4.ª vértebra dorsal. Su fin es la lesión o corte de la vena cava caudal y lesión de la vena aorta posterior (esto es una teoría que casi nunca sucede). La estocada lateral o lateralmente inclinada, que sí sucede a menudo, perfora el pulmón y desangra al toro lentamente, eso hace que la sangre pase del pulmón a los bronquios; de allí, a la tráquea, y sale al exterior por la boca y nariz. En otras ocasiones, se atraviesa el diafragma, lo que provocará la muerte del toro por asfixia, ya que le produce una parálisis por lesión del nervio frénico. Después de esto, el toro todavía está vivo, agonizante, gimiendo lastimeramente, vomitando sangre y perdiendo orina. Lo rematan con la puntilla, un cuchillo-puñal de unos 10 centímetros, seccionándole así la medula espinal; no muerto, el toro queda paralizado de cuello para abajo. Siendo consciente en todo momento de lo que le están haciendo, fallece por asfixia. En Murcia en 1979 el toro se levantó mientras era arrastrado. Ésta es una prueba de que el toro casi nunca, por no decir nunca, tiene una muerte rápida e instantánea. ¿Quién tiene derecho amparándose en una primitiva tradición a humillarle y arrebatarle la vida de tan cruel e injusta manera?

Rosa María Mulas Luque.

Moreda de Aller

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