Carta abierta, por alusiones, a Sofía Perera Martínez
Desde la legitimidad que me otorgan los casi 15 años que llevo trabajando en esta empresa y con la satisfacción de haber conocido en ese tiempo a unas cuantas generaciones de becarios, me veo obligada a refutar punto por punto la carta que LA NUEVA ESPAÑA te publicó el pasado 22 de octubre. Por alusiones, y porque, obviamente, de cómo tratamos aquí a los becarios sé algo más que tú, pero especialmente porque me produce una enorme tristeza ver cómo una joven de la "generación mejor formada de la historia" rechaza una oportunidad como ésta. (Por cierto que "historia", en el contexto que tú la utilizas y dado que no forma parte de un nombre propio, debería ir en minúsculas). Pero vamos a obviar los detalles y vamos a dar por buena esa teoría tuya de que perteneces a la generación mejor formada.
Entiendo la rabia y la desazón que debiste sentir al comprobar que a pesar de ser la segunda de la lista, el azar no te situaba en las oficinas centrales de Oviedo, a las que probablemente considerabas más glamourosas y más dignas de la número dos de la lista, sino a un pequeño edificio dejado de la mano de Dios que ni siquiera fuiste capaz de localizar en Gijón. Te advierto, para evitarte un nuevo disgusto, que las entrevistas a las que tendrás que acudir en el futuro generalmente tendrán lugar en direcciones a las que no habrás ido nunca, y que las empresas no suelen tener el detalle de enviarte un taxi a recogerte a casa, por lo que me temo que tendrás que volver a pasar por el duro trago de llegar por tus propios medios al lugar donde te esperen. Si algún día tuvieras, por alguna casualidad, que volver a Roces, debes saber que el edificio que no encontraste no está dejado de la mano de Dios, sino junto a una subestación de tamaño considerable.
Te quejas en tu carta del gasto de gasolina que te iba a suponer el hecho de que la plaza que te asignaron se encontrara a 30 kilómetros de tu domicilio. Eres demasiado joven, como dices, pero algún día, querida Sofía, cruzarás el Huerna y te darás cuenta de que las distancias que en Asturias tanto nos incomodan son casi irrisorias en cualquier otra ciudad. No obstante, y como bien te dijeron, una vez ocupado tu puesto -y sólo una vez ocupado tu puesto en la plaza asignada-, el traslado se podría tramitar sin mayor problema. (Te prometo que es bastante frecuente y que todos los años existe ese cruce de plazas entre alumnos becados).
Te atreves también a criticar la presentación que la Fundación EDP os organiza cada año, y veo que lo has percibido como un acto publicitario. Me apena que lo veas así y no como un evento con el que la Fundación reconoce cada año a los 180 mejores alumnos que solicitaron la beca, porque aquí, Sofía, se accede por buen expediente. Yo, en tu lugar, me sentiría orgullosa de salir en esa foto y de que los medios estuvieran allí para dejar constancia de ello. Y te aseguro que la gran mayoría de los alumnos sonríe por la satisfacción de haber logrado por méritos propios y por su buen expediente salir en ella. Por criticar, criticas hasta los vídeos que os presentaron para que nos conocierais, y aunque eso no deja de ser una opinión meramente subjetiva tuya, me preocupa ver la facilidad y la ligereza con la que te cargas el trabajo, el esfuerzo y la dedicación que muchos de mis compañeros hacen cada año para recibiros como merecéis.
No sé qué te explicaron exactamente que era una beca. Por lo visto, te has llevado un chasco. Y es una pena. Porque la Fundación EDP destina cada año un millón de euros al convenio suscrito con diversas universidades para las prácticas laborales de sus alumnos en nuestras distintas sedes. Y sí, el edificio dejado de la mano de Dios también es una de ellas y formaba parte del juego. Créeme que incluso allí te podríamos aportar algo. Y seguramente también tú a nosotros. Lástima que ya no vaya a ser así. En los más de 30 años que este proyecto se lleva desarrollando, han pasado por aquí más de 1.200 alumnos y cada año somos testigos de la ilusión con la que se incorporan, pero también de la satisfacción con la que, pocos meses después, finalizan su primera etapa laboral con nosotros. Miguel, Lucía, Diego, Adrián, Débora, Cristina, María, Paula, José Antonio, Fran, José Manuel, Ruth, Rogelio, Lorena, Javier, Luis, Carlos, Elsa son sólo algunos nombres de alumnos que pasaron por aquí; algunos continúan entre nosotros con un contrato de trabajo indefinido (tranquila, cobran más de 300 tristes euros ya), y otros se han ido incorporando al mercado laboral en otras empresas. Al rechazar la beca, querida Sofía, rechazaste también la formación que con ella tenías asegurada en materia de políticas de empresa, calidad, medio ambiente, prevención de riesgos, etcétera. Al rechazar la beca, rechazaste también la oportunidad que ya tenías de recibir una formación eminentemente práctica que hasta a la generación mejor formada de la historia le conviene recibir. Pero hay algo que me apena mucho más que eso. Y es que al rechazar la beca por los motivos que lo haces y tal y como lo justificas, estás siendo injusta, faltando al respeto y humillando (¿no era éste el título de tu carta?) a los 179 compañeros de tu misma generación que sí la han aceptado y que, según tus propias palabras, con ello venden su dignidad, su tiempo y su dedicación por 300 tristes euros. Te has inmolado y en tu pataleta te has venido arriba y te has permitido criticar públicamente el trato que dispensa a sus trabajadores una empresa en la que ni siquiera has llegado a poner un pie. ¿De verdad te crees legitimada para ello...? Soy consciente de la valentía que aporta el desconocimiento y de la osadía casi temeraria que sólo pueden justificar tu juventud y la ingenuidad propia de quien desconoce lo que le espera cuando decida adentrarse en el mundo laboral, pero, por favor, no animes a otros alumnos a desperdiciar una oportunidad que, aunque no lo veas ahora, probablemente sea de las mejores que vayan a darte. Te adelanto que el mundo laboral que te espera no será tan algodonado como pareces esperar y te deseo de corazón que la vida te sonría tanto que no tengas nunca que echar de menos 300 tristes euros. Te sorprendería saber que hay quien se levanta cada día con la angustia de no tenerlos para alimentar a sus hijos y no con la suerte de poder recibirlos como añadidura a una formación práctica que proviene de la generosidad de una fundación que pertenece, no olvides esto, a una empresa privada. Pero eres demasiado joven para apreciar las buenas oportunidades y supongo que también lo eres hasta para afligirte por otras causas que no sean exclusivamente la tuya.
Irene Miranda Fernández
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