Disgustada con la RAE
No es que yo tenga el Diccionario de la Real Academia de la Lengua como libro de cabecera, ni que lo consulte mucho, pero no me gusta que se esté poniendo tan moderno que ya ni limpie, ni fije, ni dé esplendor. Estas nuevas incorporaciones que ha hecho me parecen un error y, lejos de engrandecer el lenguaje, me da la impresión de que vamos camino de su vulgarización.
Algunos ejemplos de estas novedades:
Papichulo: hombre que por su atractivo físico es objeto de deseo.
Amigovio: persona que mantiene con otra una relación de menor compromiso formal que un noviazgo. O sea, el amigo con derecho a roce de toda la vida.
Cagaprisas: persona impaciente, que siempre tiene prisa.
Culamen, birra, euroescepticismo, sociata, pepero, friki, ochomil...
Que se hagan incorporaciones nuevas procedentes de las nuevas tecnologías y por imposición de la vida real, pase. Tampoco estoy de acuerdo con la incorporación de términos de otros países castellano-parlantes, porque tienen su propia idiosincrasia que no es la nuestra, respetando mucho sus costumbres, pero cada cosa en su sitio.
Que la RAE, guardiana durante décadas de la pureza de nuestra lengua, permita incorporaciones que lejos de enriquecernos nos empobrecen y, sobre todo, nos igualan a un lenguaje demasiado callejero, no me parece buena idea.
Se admite, por ejemplo, asín por así, almóndiga por albóndiga, vagamundo por vagabundo, murciégalo por murciélago, toballa por toalla, y crocodrilo por cocodrilo.
¿Pero esto qué es? Les apunto yo, por si se les había olvidado, cocreta por croqueta, y de ahí p'alante.
No, hombre, no, que nos ponermos a modernizarnos y perdemos el oremus, el norte y todo lo que hay que perder.
Entre hablar como el Arcipreste de Hita y el quinqui del barrio habrá un término medio, digo yo. Y como no tengamos cuidado con conservar y cuidar ciertas reglas lingüísticas y ciertos términos, me da que vamos a acabar hablando y escribiendo cada uno como nos dé la gana, porque se va a acabar aceptando todo.
Porque otro temita es el de las palabras que ya no se acentúan, cuando toda la vida se acentuaron, y etcétera.
¡Y yo me niego a decir almóndiga!
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