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Soy un asno, eres un asno

5 de Noviembre del 2015 - María Eugenia Gorostiza Prendes (Oviedo)

Creo que llegó el momento de decir basta, de arremeter contra el rosa, los arcoiris, la purpurina y la energía positiva, y espero no ser la única que se haya dado cuenta.

Estoy cansada de recetas fáciles y frases precocinadas sobre cómo conseguir la felicidad, lo cerca que estamos de nuestros sueños y el poder de nuestra sonrisa, cuando todo va mal.

Que sí, "que al mal tiempo, buena cara", pero que tampoco pasa nada si un día se nos escapa una cara de asco y mandamos a la mierda la idea de que todo tiene un lado bueno.

Hay días que todos nos levantamos con el pie izquierdo; tarde, porque la alarma no nos ha despertado, el café abrasa y se nos queman las tostadas; con las prisas dejamos en casa el paraguas y nos duchamos por segunda vez en lo que va de mañana, y así sucesiva y exponencialmente porque como dice la ley de Murphy, "cuando algo puede salir mal, saldrá todavía peor."

Y esos días no apetece escuchar "walking on sunshine" y comerse el mundo, porque preferimos que nos trague la tierra.

Dejemos de autoexigirnos ser felices. Las sonrisas forzadas son mucho peores que unas lágrimas sinceras, y hasta Disney ha hecho una película a propósito de las emociones, con la tristeza como una de las protagonistas.

La tristeza, nos guste o no, cumple una función dentro de nosotros, igual que el miedo, considerados por los gurús del reinado de Mr. Wonderful como sentimientos negativos.

Pues señores, a veces necesitamos quejarnos, cabrearnos y decirle al dependiente que haga el favor de atendernos, necesitamos dar un buen bocinazo al capullo que se cambia de carril sin mirar...

Y no pasa nada si sacamos un corte de manga alguna vez, no nos convierte eso en Satanás, nos convierte en personas, personas reales que sí, que sonríen, que miran al mundo con los mejores ojos que pueden, pero no nos engañemos, ese mundo, en ocasiones, nos decepciona, nos enfada, nos contraría. Hace que queramos mandarlo todo a hacer puñetas.

Ninguno de nosotros somos Flanders (el de "Los Simpsons") con su "hola, holita vecinitos", pues a las ocho de la mañana nuestras plegarias van dirigidas a que se cierren las puertas antes de que llegue el del quinto, porque no nos apetece una conversación de ascensor, en lugar de pedir por la paz mundial.

Eso nos hace humanos, reales, vivimos en un mundo en el que estamos expuestos o, mejor dicho, nos exponemos, y siempre con nuestra mejor cara, nadie va a publicar en Facebook "qué asco de día, no he salido de casa y me he aburrido como una ostra", no subiremos una foto entrañable del salón, "día de sofá y manta".

Valió ya.

Nos estamos convirtiendo en una sociedad virtual, de actores y actrices, que se alimentan de likes y de visitas, de activistas de sofá que firman en change.org pero no mueven, eso, más que un dedo.

Esto es una llamada de atención, una reivindicación de lo real, para bien y para mal, de lo humano, de los que nos hace humanos.

Negar nuestros defectos, nuestras derrotas y nuestras limitaciones nos aleja de lo que somos.

Aceptar no es frenar, no es conformarse, y la queja, el llanto, son formas de reaccionar ante situaciones para poco a poco conseguir aceptarlas.

"Yo soy lo que sea y siento lo que siento y me encuentro como me encuentro... Y vale", decía Tony de Mello, arremetiendo contra el libro de Thomas Harris "Yo soy un as, tú eres", sugiriendo que el antídoto perfecto sería la doctrina de "Tú eres un asno, yo soy un asno" y no puedo estar más de acuerdo.

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