Costa de Caparica y Palmela, frente a Lisboa
En la “Outra Banda” (la otra orilla), frente a Lisboa, se sitúa Costa de Caparica, un pequeño pueblo de pescadores que creció como ciudad de segunda vivienda en la playa. Situado en el extremo norte y ya abierto al océano de la península formada entre las desembocaduras del Tejo y el Sado está también dominado por un leve promontorio boscoso en el que se sitúa el que fue sede de los franciscanos desde el siglo XVI, y hoy patrimonio cultural, el Convento dos Capuchos. Tiene una iglesia pequeña, reconstruida tras el terremoto de 1755 en un estilo propio portugués que llegan a denominar como pós-terramoto. El conjunto de edificaciones y jardines tiene un aire casi mágico, un verdadero retiro entre paredes encaladas y paños de azulejería, parterres, jazmines y geranios, cipreses y otras coníferas, el Atlántico y el cielo azul.
Palmela es una importante villa de unos quince mil habitantes, situada a media ladera en las estribaciones orientales de la sierra de la Arrábida. El caserío blanco sube por la colina coronada por su impresionante castillo, que es una amplia construcción con diferentes niveles de muralla y edificaciones también variadas en su interior, como las ruinas de la Igreja de Santa María, el Paço do Rei D. Jorge, Casa do Prior Mor, Casa do Gobernador, Convento da Ordem de Sant'lago, transformado en pousada y otras construcciones menores, convertidas en aulas interpretativas y en servicios de hostelería y turismo.
El panorama es difícil de igualar. Así lo describía en 1927 Raúl Proença, en la Guía e Portugal-Lisboa y Arredores: “Desde la torre del homenaje el panorama es deslumbrante hacia todas partes (...) por la Arrábida hay tierras rojas (...). En el Norte una enorme llanura y aquí y allá un grupo blanco de casas: Pinhal Novo, Rio Frio, etcétera. Después el Tejo azul traslúcido, casi niebla, una ribera blanca con reflejos de cristales y mármoles, que es Lisboa, y más allá el perfil recortado de Sintra. En parte de este cuadrante y en todo el del Este asienta la llanura ribatejana hasta Santarém... Pasando al cuadrante Sur, la vista va cabalgando sobre pomares, pinares (...) Setúbal se ve con nitidez (...) El Sado se recorta... Hacia el Poniente el mar (...) La costa a veces se percibe nítida hasta Sines, después lo vago, lo indistinto”.
Ángel García Prieto
Oviedo
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