Carta electoral
Como no andan las aguas de la política en España nada mansas, las posibilidades de que algunos puedan pescar en ellas no es nada descabellado. De ahí esta epístola, con la que pretendo hacer partícipes a quienes tienen derecho al voto y la obligación moral de ejercerlo, por si les puede ser de alguna utilidad.
Para ello, y yo así lo hago, no puede uno tomar como base para la reflexión las últimas celebradas en comunidades autónomas o municipios, que han convertido a estas instituciones en asambleas sesgadas de un tipo de ciudadanos con una ideología nada aconsejable. Además de un claro matiz populista y mucha carga de demagogia, no exenta de grandes dosis de revanchismo, y con marcados signos de volver a desempolvar de la historia la fobiacristianología, de tan infaustos recuerdos en el siglo XX y anteriores.
No es menos cierto, sin embargo, que el Partido Popular se encuentra muy mal dirigido y que su presidente, que lo es también del Gobierno de España, no tiene la talla de estadista y, mucho menos, goza de una simpatía entre una mayoría de españoles, en la que se encuentran los militantes y afiliados de su mismo partido. Esto está en la calle y es una realidad a la que los medios de comunicación han ayudado a generar (no sin un claro acento partidista, sesgado e interesado) como consecuencia de sus propios errores, que lo fueron más por omisión que por acción.
Desde las elecciones pasadas nadie puede sustraerse a la crítica sobre algunas medidas concretas. ¿Pudieron hacerse mejor? ¡Por supuesto! ¿Pudieron haberse tomado otras y no las que se tomaron? ¡También! Pero espero que convendrá conmigo la mayoría en que había que tomar medidas muy impopulares, dada la situación de quiebra en la que se encontraba España a raíz del último Gobierno socialista. Creo que se han tomado si no las mejores, las menos malas para el conjunto de la sociedad española, y, cómo no, para recuperar la credibilidad exterior de todo el sistema financiero y económico y de la marca España.
Tampoco se puede dejar de contabilizar en su haber la intención, bastante fructífera, de la lucha contra la corrupción. Los ingentes casos destapados en cuatro años suman más que en toda la época democrática de España. Éste por tanto es un hecho incuestionable, aunque como consecuencia lógica también se haya visto salpicado el propio PP.
Si tenemos en cuenta estas consideraciones, si valoramos detenidamente que lo que salga de las urnas el próximo día 20 de diciembre va a durar cuatro años (salvo sorpresas que no serían para el bien de España), estamos obligados a ser consecuentes con aquello que pensamos y no con aquello que muchas veces vivimos. Pensar que el problema de liderazgo lo tiene el Partido Popular, que es éste el que tiene la obligación de dar un cambio de rumbo, que no es más que volver al lugar anterior al congreso de Valencia. Si los puntos cardinales están para orientarnos a todos de que hemos escogido el rumbo correcto, lo que nos jugamos el día 20 no es un problema de partido, es un problema de España y de los españoles, que estamos obligados a ejercer con responsabilidad el derecho irrenunciable a elegir en conciencia por el bien de las generaciones venideras.
La paz, la estabilidad social y la libertad pueden estar en juego.
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