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En el páramo de la conciencia

12 de Noviembre del 2015 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

Establecido así por la Ley Fundamental o Constitución el derecho a la libertad de enseñanza, todo intento de recortar este derecho, expulsando al cura de las aulas, es un ataque frontal a la libertad de enseñanza. El límite que la Constitución establece a la libertad de enseñanza, así como a la creación de centros docentes con ideario propio, no es otro que el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales dentro de los principios constitucionales. Es precisamente este límite constitucional el que, como un búmeran, se vuelve contra los demócratas de la neutralidad: en la medida que ellos pretenden recortar el derecho a los ciudadanos católicos, negándole que disfruten de una libertad de enseñanza así reconocida por la Ley, son ellos quienes trasgreden la propia Ley.

Pero hay algo más. Cuando los de la neutralidad democrática esgrimen que el islam deben entrar en las aulas como arma arrojadiza contra los católicos, actúan bien conducidos por la ignorancia en materia religiosa, bien al dictado de la mala fe, bien por ambas. El islam, por propia doctrina, es, cabe la religión marxiana, el rechazo mayor y más virulento que le puede llegar a los Derechos y Libertades Fundamentales del hombre. Hace dos o tres años, un medio de comunicación Occidental entrevistaba al muftí mayor de los imanes. Se le formula la pregunta siguiente: ¿Por qué en los países de influencia islámica no está reconocida la Doctrina de los Derechos Humanos? La respuesta es la que cabe esperar de una máxima autoridad islámica, y no fue un exabrupto ni fruto de la ignorancia: Porque eso es doctrina judeocristiana que el islam no tolera (cita de memoria). Situación curiosamente semejante es la de los países de influencia marxiana. Aquí no es reconocida la Doctrina de los Derechos del Individuo por la misma razón: son prejuicios judeocristianos pequeñoburgueses. Efectivamente, la doctrina de los Derechos Humanos enraíza en el humanismo judeocristiano y, adquiere forma jurídica, por primera vez, en manos de los juristas católicos, con motivo de la Cuestión de Valladolid.

La conciencia de la dignidad, libertad individual y política, igualdad ante la ley y garantía jurídica, ha determinado la acción del hombre occidental. Estos principios son genuinamente judeocristianos y no están presentes en ninguna otra religión que el hombre haya profesado o profese, incluyendo la religión marxiana, cuya posición al respecto es beligerante, por considerar tales principios ideología burguesa. El hecho innegable es que la dignidad, la conciencia de que la vida de la persona es sagrada, sólo es comprensible en el contexto de la tradición yávica. Aquellos que han asesinado a Yavé Dios (Nietzsche), los deicidas, se hallan sin argumentos para justificar el valor absoluto que representa la vida. Cierto es que, con su crimen, no han erradicado la humana religación a un ser superior. Así, el ecologismo -versión religiosa de la Pacha Mama y Popo Vuh, pasada por la catequesis de conocimiento del medio, fe abrazada por el hombre ateo occidental- ha venido a ocupar la ausencia de Yavé Dios. Mas no deja de ser fe religiosa en una fuerza superior, origen de todo lo existente, cuyo poder determina el orden observable y la férrea cadena entre sus componentes dentro del ecosistema. Esta ofrece al individuo un margen de alivio a la angustia existencial y al miedo a la libertad (Erich Fromm, 1973), así como el sentimiento de pertenencia y fusión con el uno-todo, la clase, el pueblo, el Estado... Lo dicho acerca de la religión ecologista es válido igualmente cuando se trata de la religión progresista del historicismo marxiano. El hecho es que el deicida, ya sin Yavé Dios, ha renunciado al único fundamento lógico y filosófico que da razón del hecho de la dignidad; consiguientemente, al ateo sólo le queda el recurso al reduccionismo materialista que concibe al hombre como determinado a ser un elemento más entre las otras cosas de la naturaleza y que no otro puede ser su origen que la naturaleza y sólo en ella se agota todo lo que él es.

Reificado el ser del hombre, éste se halla desposeído de su individualidad personal; reificado su ser, el hombre pierde su atributo esencial, su humanidad; siendo una cosa más entre las infinitas del universo material, el hombre queda atrapado en el Edén como bestia más entre las otras bestias; reificado, al individuo sólo le queda ocupar un lugar entre los otros miembros de la especie, consumiendo su existir en ser mero eslabón del rígido ecosistema. Es fácil comprender que al deicida el sentimiento de abismo, por la pérdida de Yavé Dios, le lleve a la religación con alguna de las diversas versiones del absoluto: uno-todo oriental, ecosistema, Estado omnipotente, clase social, tribu nacionalista

En este páramo de su conciencia, ahora sin Yavé Dios, al deicida no le queda más remedio que aceptar que, siendo el hombre un producto más de la naturaleza, nada hay que le confiera dignidad y le eleve sobre las otras bestias, nada que en esencia le haga diferente del hermano cerdo, del pariente mono, de la hermana lombriz, salvo la diferencia de grado en la complejidad de su constitución natural; pero, al fin y a la postre, bestias el uno y los otros. Concebido así el individuo humano, la dignidad no deja de ser más que una invención de los hombres, al arbitrio del grupo que domine; he ahí la razón de que el progresista le reconozca dignidad y derechos al simio y se los niegue al feto humano.

En la historia de la humanidad, ninguna de las religiones profesadas por el hombre, salvo la judeocristiana, parte del reconocimiento de la naturaleza divina (dignidad), la dimensión dramática de la vida (libertad) y la igualdad de todos los seres humanos ante la Ley (justicia). Es, pues, en esta declaración de principios dónde se hallan los cimientos doctrinales de la teoría de la limitación del gobierno, cuyo objetivo es garantizar al individuo el disfrute de su libertad y derechos.

En la carta Clase de religión católica se ha señalado el ataque más feroz a la libertad de conciencia que esconde la bandera del ideario aconfesional de los centros públicos. Mas es conveniente que los cristianos tengamos presentes que la primera y sincera defensa de la libertad de conciencia es la protagonizada por Nuestro Señor Jesucristo; tan sincera es ésta que le lleva a la Cruz. Al respecto hay dos pasajes del Santo Evangelio, donde encontrar la ejemplar enseñanza del Maestro. El primero, con motivo de de la instrucción a los doce, estable el respecto a la conciencia del prójimo como imperativo moral cristiano y reza así: Si no os reciben o no escuchan vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies (Mt. 10. 14). El segundo pasaje es la primera y más sincera reivindicación de la libertad de conciencia en la historia de la humanidad y reza así: Dinos, pues, tu parecer: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? Jesús, conociendo su malicia, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario. Él les preguntó: ¿De quién es esa imagen y esa inscripción? Le contestaron: Del César. Díjoles entonces: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt. 22, 15-21)

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