Creencias

7 de Diciembre del 2015 - José Luis Peira (Oviedo)

Vaya por delante. Soy un ateo empedernido. Durante unos años viví junto a un santuario, un buen día tres anormales con sus motos habían penetrado en el recinto y estuvieron un buen rato haciendo caballitos con sus máquinas por allí dentro. Como además de ateo soy un cobarde no me atreví a encararme con tres gamberros, aunque hubiera deseado poderes divinos para desintegrarlos. Me pareció un acto vandálico y además irrespetuoso. También pensé que de los cuatro protagonistas de esta historia, yo y los tres giles, quizás yo era el único que se planteaba un mundo sin religiones y que acaso había estado a punto de arriesgar mi integridad por defender aquello que considero un mal mientras que ellos, bobos con carta de origen, un buen día irían a casarse allí mismo con su novia embarazada y tal, luego llevarían al niño al colegio y tal vez, tal vez, le inscribirían en la asignatura de religión. Todo es suposición, por supuesto, pero ilustra lo que sigue.

Anda el personal revuelto ante la perspectiva de eliminar de los colegios públicos a la asignatura de religión o, como poco, limitar su relevancia en el historial académico. Pongo ejemplos. Veo en televisión al presidente de una asociación de padres creyentes a quien no le cabe la menor duda de que la enseñanza de su religión no debe salir de las aulas y ha de ser materia incluida en la media académica. Cazo al vuelo uno de sus argumentos peregrinos, dice que le parece ridícula que la alternativa al adoctrinamiento de su creencia sea enseñarles a los nenes a jugar al parchís.

Señor presidente de asociación, mi hija, hoy universitaria, ni siquiera tuvo el privilegio de que le enseñaran parchís. Pasó su etapa escolar teniendo que salir de su aula en el horario religioso para dedicarse a unas tareas que podríamos definir como recorta, pega y colorea o mojadura de patio, según. Mientras, en ese su aula, se les enseñaba a los compañeros que a los no creyentes se les convierte en estatuas de sal o que los santos pueden hacer magia para que aparezca un veranillo y así terminar su peregrinación.

Algunos esgrimen que el porcentaje de creyentes en España justifica la intromisión del catecismo en las aulas. Me admira el egoísmo de algunos, si es tan elevado el número, ¿de qué se quejan, qué les preocupa? Es como si el sano les negara los medicamentos a los enfermos. Acabo de regresar de un viaje por países europeos de esos que consideramos muy avanzados. Me sorprendió la extendida manifestación de su religiosidad; cruceros en puentes, santos y ángeles en hornacinas y estatuas por doquier, en espacios públicos (algo discutible) y en ámbitos privados. Sin embargo la enseñanza religiosa no se contempla en los colegios, es algo fuera de toda discusión. La problemática en Francia con las manifestaciones de sus alumnos de elementos o indumentarias religioso culturales es asunto de gran relevancia y la lógica laica, consciente de lo que nos jugamos, se inclina a que en la escuela hay que ir a aprender, no a hacer manifestación de qué equipo es cada cual.

Habría que ver a algunos de esos defensores de que se siga aquilatando en el currículo académico el adoctrinamiento religioso si se admitiera en igualdad de condiciones por ejemplo a la asignatura de marxismo, un decir, o brujería, o, ya puestos, de una disciplina que fuera Ovnis, pirámides y vida inteligente más allá de Ganimedes. O vayamos a un ejemplo más realista, ¿aceptarían que los recursos se democratizaran y se distribuyeran entre las distintas creencias proporcionalmente? La implantación y crecimiento de la religión mahometana invita a considerar que en breve podría contar con casi tantos acólitos como cristianos haya, aquí digo. Supongo que a los padres de familias creyentes no les gustaría que con su dinero se financiara en las aulas la lectura de las aleyas mientras a sus hijos los mandan al maldito patio a mojarse o a la biblioteca a tirarse pelotillas de papel.

Irrita constatar una vez y otra la inquietud que les causa a algunos cualquier atisbo de modificación sobre cuanto ésta entra en competencia con la religión en asuntos de interpretaciones, ya que a su modo de entender es esa una competencia desleal, o algo así como decir que la libertad de conciencia es darle al error los mismos derechos que a la verdad, partiendo, claro, de que la verdad es propiedad intelectual de esas creencias espirituales o de los presidentes de asociaciones de familias que creen en cosas. A los fanatizados, incluso aunque con su retórica sofisticada traten de ocultar un profundo desprecio a cualquier otro modo de pensar o creer, nada que decirles, pero a los tibios habría que recordarles que cabalgamos hacia la mitad del siglo XXI, despierten señores, sacúdanse ya la Edad Media. Cuanto más alejados estén los sacerdotes de la vida pública tanto mejor, y eso se empieza por las aulas. Los monjes a sus templos, con sus creencias, sus ídolos y sus seguidores, en la vida común, la real, sobre las decisiones políticas o de alcance científico o social tanto valor ha de tener la opinión de un obispo como la del fundador de una peña de mus.

Me anticipo. No soy tan necio que no considere el peso y la realidad de la religión cristiana en mi tiempo y cultura, como también lo es el marxismo. Pero una cosa es enseñar y otra bien distinta adoctrinar. La religión debe salir inmediatamente de los colegios públicos y ha de ser administrada en el ámbito privado de las familias que así lo consideren. Los fanatismos se encuentran, en lugares tan aparentemente distintos como Afganistán y Estados Unidos algunos se empeñan en la voladura de cualquier competencia con su concepción de lo sobrenatural, es más cómodo pensar que los astros en el cielo se mueven por aliento divino que asomarse a la complejidad de las dinámicas físicas. De manera que en los centros de enseñanza ha de ser incuestionable la distancia, por higiene, con quienes proponen retrocesos o estancamientos lo que no limita en absoluto la libertad creyente de cada cual. En las aulas se debe enseñar lo mejor que se pueda, matemáticas, historia o ciencia, incluso aunque se sepa de ella que en cada tiempo apenas alcanza un techo. Hoy sabemos que la Tierra es esférica, aunque algunos retrógrados aún se empeñan en ponerlo en duda, pero incluso cuando esto se ignoraba ya había excelentes científicos que con su mirada y perseverancia, hasta jugándose la vida, permitieron avanzar a la humanidad. No lo olvidemos.

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