¡Hasta aquí hemos llegado!
Ha tenido que llegar una mujer abierta de piernas para lograr algo importante.
Una sola mujer cuya presencia se multiplicaba: estabas parado en un semáforo y ella te miraba, insinuante; también si ibas en coche detrás de un autobús, andando por la calle o tomando una copa...
Allí estaba: enorme, tatuada, casi en pelota, muy maquillada, invitando a entrar en "el agujero".
Y ha conseguido lo que una acertada carta publicada el día 11 denunciaba:
"Años y años de lencería subidos de tono y más porno que otra cosa, paneles de gran formato inundando de lascivia las entradas y salidas de la ciudad...".
Totalmente de acuerdo: ha logrado que algunos reconozcamos incoherencia y que intentemos reaccionar.
Hemos ido tolerando lo intolerable. El uso sexista de la imagen de la mujer, fundamentalmente, para vender lo que sea: perfumes, coches, ropa o... a la propia mujer, como objeto de placer.
¿Motivos? Poderosos intereses económicos, principalmente.
¿Responsables? En el caso de la publicidad en lugares públicos, está claro: quien la gestiona.
Es decir, en el caso de las ciudades, el Ayuntamiento, los ayuntamientos.
Los ciudadanos tenemos derecho a reclamar que nuestros impuestos no contribuyan a enriquecer a quienes recurren a la mujer objeto como anzuelo y que se respete la legislación vigente.
Tenemos derecho a decir ¡hasta aquí hemos llegado!
María Marcos Gigosos
Oviedo
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