La revolución comienza por uno mismo
«La única revolución es intentar mejorar uno mismo esperando que los demás también lo hagan».
Mao Tse Tung
Toda revolución implica un proceso histórico y de construcción colectiva que experimenta –dicen los sociólogos– un cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación; me permito añadir dos premisas más: la cultural y la humanística, como veremos.
En estos días se cumplen los setenta y cinco años de la Revolución de Octubre de 1934. ¿Fue necesario el movimiento revolucionario obrero en algunos puntos de España, y más concretamente en Asturias?
Desde que el hombre es hombre, siempre hubo revoluciones: sanguinarias, incruentas y pacíficas: la revuelta de los celotes en tiempos de Cristo contra el Imperio romano, los Comuneros de Castilla contra Carlos V, los humanistas del Renacimiento, los enciclopedistas franceses, la Ilustración española, la Revolución Francesa, el movimiento surrealista, la Revolución Bolchevique, la Revolución cubana, el Mayo del sesenta y ocho en Francia, la de los claveles en Portugal, la teología de la liberación… tan sólo por citar algunas de las cientos y cientos que hubo a través de los siglos.
Subtítulo:Las revoluciones sí son necesarias, hoy más que nunca, pero sin derramamiento de sangre
Destacado:Fracasa el ser humano porque está hecho de un barro mal cocido; porque ha perdido el don más grande que la naturaleza le puso en la boca, la palabra
Sí son necesarias –y hoy más que nunca–, pero sin derramamiento de sangre. Tal vez tampoco hoy tenga lugar aquella otra frase de Ernesto Guevara, el Che, personaje por el cual he sentido siempre un respeto profundo y con cuyas ideas y forma de actuar me he identificado: «La revolución no se lleva en los labios para vivir de ella. Se lleva en el corazón para morir por ella».
¿Lo fue la de Asturias? No y sí. Nunca una revolución cruenta, pero sí un revulsivo para que el Gobierno y el Estado tomaran conciencia de las injusticias sociales, del paro, del avance del fascismo, de la oligarquía nazi, de la Falange, de la división interna en el Ejército, del posicionamiento de la Iglesia y un paradigma en carne viva de las dos Españas de don Antonio Machado; de la esencia de la República que acababa de nacer con el sueño de las utopías pero también con premisas tan fundamentales para llevar a cabo como: la educación, el reparto de las riquezas, el final de los grandes latifundios, las leyes agrarias, el papel de la condición femenina, el desarrollo de la Institución Libre de Enseñanza…
Por aquellos años, España no era la «santa» Rusia de los zares porque los gobiernos y el presidente de la República eran libremente elegidos por sufragio universal. Los diferentes partidos tendrían que haber hecho causa común, notablemente los partidos de la izquierda opositora, y los sindicatos concienciar a la masa trabajadora con reuniones, foros abiertos, aulas formativas y, sobre todo, con su arma letal: la huelga. Pero nunca las armas, porque la violencia engendra violencia y la Revolución de Octubre fue un caldo de cultivo para la tragedia que vendría después y de la que hoy no nos hemos recuperado.
Setenta y cinco años después, ¿sería necesaria hoy una revolución? Me respondo a mí mismo tomando la frase de Mao Tse Tung: “La única revolución es intentar mejorar uno mismo esperando que los demás también lo hagan». Pues sí, tal como dijo el pensador y dirigente chino, es necesaria. Mañana mismo. Pero, ¿qué tipo de revolución? aquella que nos condujera a recuperar postulados y valores perdidos: la lucha de clases sin violencia física, la dignidad de la palabra para que cuando se empeña siga siendo un acta notarial, la honestidad, el respeto, la tolerancia, el reparto coherente de la riqueza porque no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita; la solidaridad…
Una revolución que cuestionara hasta qué punto el Estado es garante de la Constitución o verdadera madre de la patria con: los desfavorecidos, los desempleados, los sin techo, los marginados de lo que llaman, de nuevo los sociólogos, el Tercer Mundo… Una revolución en la que la ciudadanía siguiera más de cerca las torpezas y tropelías de los dirigentes políticos: tránsfugas, prevaricadores, deshonestos, corruptos y donde hubiera en todos los comicios listas abiertas para elegir aquellos que mejor velaran por el progreso y las premisas arriba expuestas.
Una revolución que habría de empezar por uno mismo para plantearnos, como en la novela de Dostoyevski las tres preguntas esenciales de la vida: ¿dónde estoy? ¿quién soy? ¿qué hago yo aquí? o revisar los versos de Pedro Calderón de la Barca en «La vida es sueño»: «Cuentan de que un sabio un día…»
No son las buenas ideas, los sueños o las utopías las que arruinan la vida. Fracasa el ser humano porque está hecho de un barro mal cocido. Porque ha perdido el don más grande que la naturaleza le puso en la boca: la palabra.
Se hace indispensable volver a los foros, las tertulias, las reuniones, las tribunas culturales, ateneos obreros y ciudadanos, asociaciones de vecinos como lo hacíamos con ilusión y esperanza en las décadas de los sesenta y de los setenta para traer de nuevo los valores perdidos y, sobre todo, el pensamiento crítico que nos mostrara, una vez más, que ni nosotros ni nuestras ideas o comportamientos tienen el ombligo más redondo.
Todo ello porque un mundo mejor, diferente y más justo aún es posible.
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