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La banalidad del mal

1 de Diciembre del 2015 - David Álvarez Fidalgo (Pravia)

Una vez acabada la II Guerra Mundial, el mundo horrorizado ante el nazismo se apresuró en calificar a Hitler y a sus seguidores como locos, dementes, perturbados... Tiempo después y con el objetivo de comprender el fenómeno, para no repetirlo, estudios en diversos ámbitos trataron de identificar las causas del mismo. Entre ellas se encontraba Hannah Arendt. En su libro "Eichmann en Jerusalén" analiza la figura que ideó la Solución Final. Desmitificando el fácil argumento de la locura, nos explica cómo varios psicólogos no encontraron ningún rastro de enfermedad mental, ni tampoco pruebas de una personalidad anormal, en el miembro de las SS. En palabras de Hannah Arendt, Eichmann era "terriblemente y temiblemente normal".

Hoy, como hace 70 años, nos apresuramos en repetir idénticos calificativos con los terroristas de París. Inconscientemente evitamos intentar comprender los orígenes y causas de la problemática, nos negamos el deber de encontrar soluciones y, por consiguiente, nos condenamos a reproducir y multiplicar el fenómeno. Como bien sostiene J. Galtung, además de la violencia directa, la visible, existen otros dos tipos: la cultural y -la peor de todas, la que más mata- la estructural. Nosotros, como sociedad occidental, somos principales generadores de las tres, aquí y allí.

Generamos violencia directa con múltiples y variadas intervenciones militares: Afganistán, Irak, Libia... Tan solo en la guerra de Irak se contabilizan más de 100.000 muertos. Generamos violencia estructural con el expolio continuado al que Occidente somete al resto del mundo, tan sólo en un día mueren 24.000 personas de hambre. ¿No es esto asesinar? ¿Los asesinatos indirectos, por ser menos visibles, tienen menos importancia? Y, por último, generamos violencia cultural cuando apoyamos o participamos de discursos o posiciones ideológicas que justifican y amparan estas violencias. Y aquí que cada uno se intente ver la viga, o por lo menos la paja, en el ojo propio.

Centremos el debate en estas cuestiones, preguntémonos qué podemos hacer nosotros y no respaldemos los discursos que las justifican. Poniéndonos una venda en los ojos ante la violencia estructural, contribuimos a continuar con el asesinato directo o indirecto de personas en Níger, Beirut, Bagdad o París. Reflexionando sobre todas sus tipologías, y actuando en consecuencia, nos curamos contra la barbarie. Y recuerda, la violencia sólo genera más violencia. ¿Cuál estás generando tú?

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