Una reflexión por la paz
Este viernes pasado la barbarie salió a pasear por París. Más de ciento treinta muertos quedaron sembrados en el corazón de Francia. Una nueva fecha grabada con sangre en la historia y en nuestra memoria colectiva. Sangre de inocentes, sangre de mártires. Mártires de Occidente, de la libertad, de la democracia. He querido dejar pasar unos días antes de escribir estas reflexiones porque no deseo mezclar estas ideas con el respeto debido a los inocentes que han regado con su sangre la Europa de la libertad, pero también la Europa de los mercaderes, la Europa que mira para otra parte cuando sátrapas aniquilan pueblos, cuando la hambruna diezma poblaciones, cuando la pobreza y las desigualdades sociales condenan a miles de hombres y mujeres a tener que abandonar su hogar en busca de una vida mejor, de un futuro demasiadas veces truncado en el fondo del mar.
A todos nos ha horrorizado lo ocurrido, cada uno de nosotros hemos hecho algún gesto en memoria de los fallecidos, una lágrima, una oración, un minuto de silencio y en las redes sociales, canciones, frases más o menos afortunadas. También hemos visto y oído pedir mano dura, intervención militar, hablar de guerra, de muerte... Expresión de los sentimientos de rabia, e impotencia al ver las imágenes reproducidas hasta la saciedad en los medios de comunicación. Pero también, salidas del lado más oscuro y profundo de nuestra sociedad, como excreción de la xenofobia y racismo que aún pululan por la vieja Europa.
Si los asaltantes de la Bastilla gritaban en el siglo XVIII Liberté, égalité, fraternité, ou la mort! (Libertad, igualdad, fraternidad, o a muerte) no podemos seguir en el siglo XXI uniendo la palabra muerte a tres conceptos que definen meridianamente lo que debe ser una sociedad, lo contrario sería pensar y actuar de la misma forma que los bárbaros que se pasearon por Francia hace unos días.
Superada la rabia, la ira y la desesperación de estos días debemos pararnos a reflexionar sobre cuál debe ser la respuesta a este ataque, que no es, por mucho que nos duela, más que la respuesta de un pueblo engañado, humillado y olvidado durante muchos años. Un pueblo con mentalidad de la Edad Media que tiene al alcance de la mano las armas del siglo XXI.
Durante muchos años, los países occidentales, creyéndose superiores, con intereses económicos de toda índole, petróleo, armas, se dividieron a su antojo Oriente Próximo y Medio. La población de estos países, creados artificialmente según nuestros egoístas intereses, gobernados por marionetas movidas a nuestro antojo, es fácilmente influenciable por individuos movidos por intereses tan oscuros como los nuestros. En ese clima de inestabilidad, pobreza e injusticia es fácil manipular y engañar. Tergiversando los mensajes del Corán, prometiendo falsos paraísos a quienes poco tienen, es fácil movilizar y traer a nuestras ciudades el caos y el terror como nuevos cruzados, esta vez en nombre de Allah.
Es triste pensar que la septicemia de esta cuna de la civilización sólo es atajable con la amputación. Quizás, a estas alturas, el odio que algunos nos tienen sólo sea subsanable de esta manera. Pero es necesario levantar nuestra voz en Occidente contra los intereses que manipulan, que ocultan la realidad de estos pueblos, para dar una oportunidad de paz a quienes allí han tenido la suerte de nacer.
Hace unos años algunos se reían y tachaban de ocurrente al presidente Zapatero cuando en la 59.ª Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2004, proponía una alianza entre Occidente y el mundo árabe y musulmán con el fin de combatir el terrorismo internacional por otro camino que no fuera el militar. Hoy más que nunca es necesaria una alianza que una Oriente con Occidente, Norte con Sur, Este con Oeste, en igualdad de condiciones. Un diálogo cultural para corregir las desigualdades económicas, y profundizar en la cooperación antiterrorista, único camino para luchar contra quienes están dispuestos a darlo todo, incluso la vida, para eliminar al perro infiel, que no debemos olvidarlo somos nosotros.
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