Reflexiones desde el sentimiento
Tengo en la mente todas las imágenes de estos días de los medios de comunicación. No sé si sabré expresar la cantidad de sentimientos que se agolpan en mi corazón al constatar que el terror nos está invadiendo, cada vez más dentro, cada vez más cerca de nuestros respectivos países.
Francia y el mundo entero están respondiendo como pueden, con armas y con celeridad, el tiempo cuenta en contra; hay que descubrir con la máxima urgencia los nidos de armas y los nidos de terroristas que están ahí al lado, entre todos nosotros...
Ah!, y también a los países desalmados que les están comprando su petróleo. ¡Qué mundo!
Pero tengo que pensar en la raíz de todo: ¿cómo se fueron formando esas conciencias llenas de odio? Son hijos de los que vinieron a instalarse en Europa oriundos de las colonias, seguramente con la esperanza de ser una parte más del pueblo. ¿Cómo se les recibió? ¿Se sintieron acogidos? ¿Se les integró con la formación indispensable para sentirse personas? ¿Se sintieron en "casa" o se convirtieron en marginales sin la esperanza de un día formar parte de un proyecto como un francés más? No, no eran parte del país, sino de un gueto sin acceso a una educación, ni una formación cívica y moral. Les esperaban la miseria y la ignorancia, campo abonado donde puede crecer cualquier semilla. En esos seres que no saben nada, que no tienen nada, las promesas de una "secta", no me atrevo a llamarla religión, que les hace sentirse no sólo personas importantes sino "escogidos" para una tarea que sólo "ellos" pueden llevar a cabo y, claro, con una compensación económica o, más que económica, una compensación "eterna", nada menos que "el paraíso".
De la ignorancia y de la miseria surgen estos individuos y así crecieron, alimentados por el odio.
Qué tal que con la misma prisa para atajar la ofensiva de terror con esas armas posibles no se responde también con una ofensiva pero con las armas de la educación, con proyectos vitales, menos paro, los mejores maestros, experimentados economistas, sería una gran inversión, la mejor, y con unos frutos que darían luz en su futuro. ¿O este remedio sigue siendo todavía una utopía?
Celia Canteli
Oviedo
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