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Hágase tu voluntad...

23 de Noviembre del 2015 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Este mundo ha sido violentamente expansivo desde el primer instante en que ha liberado toda su energía (que es la que es), y se ha marcado un programa de conducta en su evolución física y vital. Nada es casual, todo está sujeto a unas leyes que algunas veces ignoramos. El entorno señala al sujeto su voluntad, pero el mismo entorno está sujeto a idéntica voluntad. El sujeto, en su libertad, necesita liberarse de la voluntad del entorno para buscar la armonía con él, con su propia voluntad. Entorno y sujeto buscan ambos evolucionar más allá de su situación actual. Las leyes conocidas de la física, y las desconocidas, marcan el comportamiento de la materia, la energía, y tal vez el espíritu.

En algún lugar entre nuestro sol y las estrellas el Voyager 1 se mueve libre con la pretensión eterna de conservar su velocidad, dirección y sentido. Pero ¿es realmente libre? Su conducta actual está desde el principio predeterminada por los seres humanos para portar un mensaje, y lleva su voluntad de comunicarse y recibir información. La parte contiene al todo, como el Big Bang. ¿Es libre con su eterno 1º principio de la mecánica: conservando velocidad, dirección y sentido? En el Big Bang se establecieron las leyes y la realidad está sometida a atracciones y variaciones de potencial que son generadoras de fuerzas, fuerzas que son capaces de actuar sobre el Voyager 1 para modificarle su voluntad de seguir libre en los cielos: con su velocidad, dirección y sentido.

Este planeta Tierra tan singular: con su órbita solar, con su historia de colisiones de cometas de hielo que se convirtieron primero en vapor y luego en agua; con sus horribles tormentas de descargas eléctricas donde se sintetizaron proteínas convirtiéndolas en macromoléculas de vida; proteínas que se sospecha que llegaron como semilla en el hielo de los cometas; pues bien, en este planeta, la vida eligió ser mortal abandonando el paraíso de los felices protozoos: la sexualidad hizo mortal a la vida vegetal, animal, y humana.

Las plantas captan energía solar y ocupan territorio con sus semillas, ramas y raíces; y, con su sombra y progreso, se deshacen de las competidoras. Los animales se mueven para abastecerse de las indefensas plantas y de otros animales, siguen así su voluntad expansiva más rápidamente. Los humanos evolucionan aprovechándose de todo de forma egoísta; y algunos comprenden que más allá de la necesidad de innovar genes, está el imperativo de transmitir los logros educando y enseñando a sus descendientes con un espíritu creativo y libre. Un espíritu como el que fue capaz de establecer su voluntad sobre el Voyager 1 y encomendarle una misión de diálogo más allá del sol.

Tenemos una voluntad innovadora contra todo lo que nos ata a este universo. Esa voluntad, ese programa operativo, tiene por finalidad que toda vida interactuando con su entorno decida y sea libre más allá de las ataduras de su naturaleza. En ese campo de la libertad, la vida humana solo progresa si sabe amar; y, amando, aprende a perdonar. Perdonar sobreponiéndose al dolor y a los rencores vengativos. Pero siempre, contra la violencia y el miedo, el pacífico debe saber elevarse al nivel del guerrero para detenerle e imponer su voluntad, una voluntad de lograr un reino de paz, amor y perdón; y hacerlo, sin odio ni rencor, pero con firmeza. Habrá que enseñar para que se haga tal voluntad.

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