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La gran lección que París dio al mundo

7 de Diciembre del 2015 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

La masacre cometida recientemente por islamistas en París, ha llevado por todo el orbe una ola de rechazos y condenas sin paliativos, y donde además el himno de la República francesa, la Marsellesa, se ha instalado como melodía de recuerdo de las víctimas así como de solidaridad con el pueblo francés. Sus acordes y notas son el grito de una ciudadanía que no permitirá a los terroristas yihadistas o de cualquier otro signo que se violen los valores de la libertad, respeto y tolerancia del mundo occidental.

Los himnos de las naciones con son cosa baladí. Como no lo son las banderas. el patriotismo o la patria necesita símbolos, sencillamente porque son la esencia de la razón, la lógica y el alma de una identidad tan compleja y completa como pueda ser la de una nación. Los himnos nacionales son capaces de conjurar en sí mismos todos y cada uno de los valores a los que ningún ciudadano de bien renunciaría y por lo que llegado el caso daría la vida por ellos, pues son irrenunciables para una vida digna. En estos días aciagos, la Marsellesa está siendo el himno de todos aquellos que defienden la libertad y la democracia, así como los valores de la cultura occidental.

En ocasiones las pocas palabras dicen más que los grandes discursos, y los pequeños gestos más que las grandes hazañas. Uno de los detalles más impresionantes en la respuesta de los franceses a la tragedia de los últimos actos terroristas que sembraron la muerte en París, fue ver una multitud de personas de todas las edades y condiciones sociales: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, lanzándose espontáneamente a cantar en bloque algo que, en el momento del dolor, les unía por encima de ideologías y creencias: la Marsellesa. La cantaron saliendo del estadio de fútbol todavía con el miedo en el cuerpo, la cantaron en la Plaza de la República, con el corazón henchido de dolor y con lágrimas en los ojos recordando a las recientes víctimas del criminal asalto; los vimos cantándola delante de cada uno de los lugares donde sus conciudadanos habían sido asesinados; la cantaron en el Parlamento todos los partidos políticos, y la entonaron de corazón, quizás a veces algo desafinada y fuera de ritmo, pero no importaba, era su himno, el himno del ciudadano francés. Y en el resto del mundo, en las antípodas de Australia o en el Metropolitan de New York, cuando se quiso recordar a las víctimas de París, sonaron también los acordes de la Marsellesa.

En la mítica película Casablanca. hay una memorable escena que conservo fresca en mi recuerdo. Un grupo de oficiales alemanes canta el himno nazi en el "Café Rick", mientras la concurrencia francófona se mantiene acobardada; en un momento dado, Laszlo ordena tocar la Marsellesa, que es coreada por todos los asistentes. Los oficiales del ejército germano entienden la situación y abandonan el local. El himno glorioso de la libertad había vencido al del terror.

Últimamente, el día del drama en París, hace ya dos semanas, los espectadores del partido de fútbol, cuando salen del recinto deportivo, entonan a voz en grito la Marsellesa. Emocionante: ante el horror no hubo lágrimas, sino el fervor del himno que une a un pueblo aterrorizado. El viejo cántico compuesto por el militar francés, Claudio José Rouget de Lisle, autor de letra y música de la Marsellesa, sigue siendo la voz de un pueblo herido pero digno en la desgracia y el desgarro.

Mientras un pueblo cante emocionado su himno ante la desgracia, podrá sufrir el dolor en sus carnes, pero conservará el honor de ser libre y estimable. Alguien dijo que París bien vale una misa. No le faltaba razón.

Por eso, antes que nada vaya por delante nuestro sincero pésame, pero, sobre todo, "chapeau" para un pueblo heroico, ejemplo de su ciudad y patria.

Días atrás, oyéndoles cantar muchos españoles no pudimos menos que sentir sana envidia. Sí, envidia porque nosotros no disponemos de letra en el himno nacional que nos haga olvidar nuestras naturales y enriquecedoras diferencias, y nos permita vivir como un pueblo unido en paz y concordia.

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