Más allá del sol
Stephen Hawking nos pregunta: «¿cómo nos liberaremos de los límites de este planeta agonizante?», pero otra pregunta cabría: ¿cuándo nos libraremos de nuestra bulimia por recursos y competitividad? ¿Usamos el tiempo para intentar llegar a un lugar en el tiempo donde no sea necesaria tanta guerra y violencia? Cada individuo hereda genes y queda marcado por su entorno con su cultura. Algo no va bien aún..., ¿o acaso es así la evolución?: accidentes, maldades, actos incautos y estupideces. La Humanidad siempre está al borde del colapso y con los errores aprende: sin las catástrofes naturales de la época proterozoica, la vida no hubiera mutado a mortal; sin las Eva que cogieron en brazos a sus necesitados fetos recién nacidos, no hubiéramos pasado de simios; sin la ambición por la propiedad, seguiríamos siendo nómadas recolectores sin haber llegado a ser los agricultores instauradores de la ley y el derecho sobre la tierra y su cosecha; sin la estúpida lógica animal de comer o ser comido, no hubiésemos alimentado las equivocaciones que hemos cometido para luego aprender de ellas; sin la inteligencia hubiéramos desaparecido pero, con esa misma inteligencia, damos traspiés al borde del vacío; a veces el egoísmo domina y quedamos con los pies colgando. Si ni siquiera sabemos quién es el que posee el cuerpo que vemos al otro lado del espejo, ¿cómo vamos a saber poseer la Tierra como casa común de todos los seres vivos? Será nuestra actitud olímpica y competitiva todo lo natural que quieras; pero... ¿quiénes nos creemos ser? Porque esto no acaba aquí.
Europa se pobló desde África y fue invadida desde Asia. Ahora avalanchas de gente buscan supervivencia en ella de nuevo. Provienen de una civilización que en otros tiempos miraba a los astros y nos ofrecía especias, oro, incienso y mirra. En el siglo XXI la Humanidad ha engullido al planeta y lo digiere como si de una marabunta se tratase. ¿Por qué? Porque aún no hemos aprendido a reprimir nuestra ansia desordenada de acaparar para conseguir lo que, en un segundo mortal posterior, pasa a ser solo un imborrable recuerdo. Es como si algún burlesco destino impulsase tamaño desorden obligándonos a vivir con él en la Historia. Tanta ansia de supervivencia acaba matando a los vencedores.
El sol es la única fuente de energía habida hasta el siglo XX. No podemos quedarnos en los límites de las energías renovables o pereceremos. Debemos alcanzar la secreta fusión nuclear del sol. Solo poseyendo ese secreto podremos dominar la inmediata Luna y: con sus robots, minas y fábricas; construir naves exploradoras portadoras de inteligencia artificial; naves que permitirán la conquista del sistema solar para luego, orbitando junto a los cometas, llegar a construir una nave mundo capaz de alcanzar las estrellas en un viaje de siglos durante generaciones. Mientras ocurre esto o no, y si no fracasamos, la Tierra permanecerá con su viaje en el tiempo como santuario hasta que, trasladada toda la vida más allá del sol, el sol la arrase. Y ocurrirá. Dirán que ¿a quién le importa esto? Pero..., ¿para qué entonces tanto orgullo y conflicto? El ansia de expansión debe hacer crecer el alma de la vida y sembrarla más allá del sol o no. ¿Somos conscientes de la decisión? No, inconscientes, nos creemos dioses poseedores de pasiones y dramas; pero somos un grano de arena arrastrado por el abrasador Simún de la vida. No pensamos en el tiempo que nos queda.
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