Veto a la convivencia en el fútbol
La semana pasada, desde que el Real Celta de Vigo, de cara al partido que habría de enfrentarle el sábado al Real Sporting de Gijón, decidiera no poner a la venta entrada alguna para cualquier persona que no fuera aficionado del club local o "neutral" (sin que nadie explicara por cierto en qué consistía esta "neutralidad"), más de mil aficionados sportinguistas, pertenecientes en su amplia mayoría a peñas del club rojiblanco y con viajes ya organizados y pagados, vivimos una situación tan insólita como absurda.
No obstante, a pesar de este veto a la Mareona, discutido y criticado con dureza, no sólo por el Real Sporting de Gijón, cuya directiva se negó en señal de protesta a enviar representación alguna al palco de Balaídos, sino también entre otros sectores, por las peñas celestes y por la unión de hosteleros de Pontevedra, pocos fueron los seguidores sportinguistas que se sometieron dócilmente a tamaña cacicada, manteniendo igualmente los viajes programados y confiando en ingeniárselas para poder sortear todas las trabas puestas por el club vigués y hacerse con alguna de las entradas puestas a la venta en taquilla.
Y de este modo fue como, esquivando este mayúsculo atropello a los derechos más fundamentales de cualquier aficionado al fútbol, el sábado a las diez y cinco de la noche (en un horario infame para que los niños puedan asistir a un estadio), esos más de mil seguidores ataviados buena parte de ellos con sus bufandas, gorros y camisetas rojiblancas, poblaban las gradas de Balaídos, que por otro lado presentaban un aspecto que no rozaría ni tan siquiera el de los tres cuartos de entrada.
Eso sí: dado que a priori se prohibía no sólo la entrada de cualquier aficionado del Sporting, sino además (fuera o no fuera simpatizante de este club), se prohibía también el acceso a toda aquella persona que luciera cualquier tipo de enseña del club gijonés, para poder entrar con esas bufandas, gorros y camisetas, lo único que hubieron de hacer los seguidores asturianos, a instancias de los porteros, fue esconderlas bajo la ropa hasta estar ya ubicados en sus localidades, para evitar con ello que los miembros de seguridad pudieran poner impedimento alguno a su entrada al campo.
Pero a pesar de haber logrado burlar la prohibición de los dirigentes celtarras, amparados éstos, según manifestaron, en las directrices de seguridad de la Liga de Fútbol Profesional del "señor" Tebas, en realidad lograron el propósito que seguramente perseguían: neutralizar a la afición visitante, que desperdigada por todo el estadio apenas pudo hacer sentir y transmitir su calor y su apoyo a los jugadores de su equipo. Fue muy triste que por primera vez en todas las salidas de la Mareona no se oyera el "Asturias Patria Querida", que siempre se entona, para goce y disfrute también de la afición local, cuya solidaridad, dicho sea de paso, con la situación injusta de los sportinguistas, fue absoluta y digna de ser mencionada.
Uno se puede preguntar así dónde quedarán los valores de sana convivencia deportiva que el fútbol debería promulgar para ejemplo de esta sociedad permanentemente enfrentada, si se sigue adelante con este tipo de imposiciones. Que nadie tenga la más mínima duda de que con horarios imposibles y con medidas que se atreven a poner en tela de juicio, la cordura y el saber estar en convivencia pacífica por parte de aficiones señoriales no se logrará sino vaciar aún más los estadios y acabar con la verdadera salsa del fútbol: el colorido de una afición local y una visitante, capaces de reflejar en la grada la emoción y la pasión que sobre el césped ponen los jugadores de ambos equipos.
Y ya que este fútbol que nos toca vivir parece tener ojos solamente para los dos grandes equipos de los veinte que conforman la Primera División, ¿puede alguien imaginarse algo como lo aquí descrito en un Madrid-Barça? Imposible, ¿verdad?
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