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Calvario de mi hijo en el HUCA

30 de Noviembre del 2015 - Aurora Sobero Villar (Poncebos (Cabrales))

Yo, Aurora Sobero Villar, quiero relatar la experiencia que con mi hijo de 25 años, Gonzalo García Sobero, he padecido en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).

El día 3 de agosto te fuiste con apenas 25 años, en lo mejor de la vida, cuando debías formar tu familia, empezar tus sueños con la mujer que tú elegiste y sobre todo vivir. Pero esta maldita enfermedad que no respeta edad te llevó. Yo, como tu madre que soy, no me resigno a ver cómo tu peregrinar por el HUCA deje indiferente a todos los que han tratado tu enfermedad. Quiero lanzar una reflexión, no somos todopoderosos y no podemos creernos que lo somos, porque ante todo somos humanos y tendríamos que ser capaces de dudar de lo que hacemos y decimos cuando de la vida de un joven de 25 años estamos hablando.

Todo empezó en el verano de 2014 cuando mi hijo, aquejado de un fuerte dolor en la pierna y espalda, acudió al Hospital de Arriondas. Le diagnostican una lumbociática aguda. En octubre vuelve con los mismos problemas en la pierna izquierda, le hacen unas pruebas y le encuentran unos ganglios en el abdomen. El 7 de noviembre lo operan para extraer y analizar los ganglios. Después de un mes de espera nos dicen que tiene un linfoma de Hodgkin. Del Hospital de Arriondas nos remiten al HUCA, para realizarle un pet-tac con contraste y seguir allí el tratamiento.

El día 22 de diciembre tenemos cita para el pet. Cuando está con el contraste y después de casi 2 horas nos dicen que se averió la máquina y que nos llamarían para hacer la prueba en el Centro Médico. Pedimos si se podría realizar dicha prueba lo antes posible y el personal del Sespa argumentó que disponía de hasta 5 días para remitir los informes, nos toca pasar Navidades y Año Nuevo pensando en la dichosa prueba.

Al final se lo hacen el día 2 de enero en el Centro Médico. Empezamos el día 8 las sesiones de quimioterapia para tratar el linfoma de Hodgkin. La hematóloga que lo trata descubre en el pet realizado en el Centro Médico que al final del cuello se ve una mancha, por lo que pide una resonancia para descartar alguna posible ramificación del linfoma. Los demás especialistas no deben de pensar lo mismo porque tardaron más de un mes en hacer la prueba que tenía consideración de urgente. Al final se descubre que es un tumor en el bulbo raquídeo. Es operado primero a finales de febrero y en la primera operación la extración de materia no fue suficiente para valorar con exactitud el tipo de tumor, por lo que se tiene que volver a operar el 11 de marzo y tras una larga operación en la que teníamos depositada toda nuestra esperanza y que por unos meses creímos que estábamos por el buen camino se le extirpó casi todo el tumor quedando una inmovilidad casi completa en el lado derecho, que iría recuperando lentamente.

Nos dan el resultado definitivo y todos contentos, ya que no recibiría tratamiento de radiología. Todo sobre ruedas.

Termina la quimio que por todos esos motivos tuvo que suspender.

Se suponía que a finales de abril se volvería a hacer una resonancia para verificar que todo estaba bien. Empezamos con rehabilitación, pero a principios de mayo los dolores eran tremendos. También comenzó a tener problemas para tragar la comida. El día 14 de mayo, después de unos días en los cuales empeoraba progresivamente, no nos ha quedado otro remedio que ingresar por urgencias. Le diagnostican neumonía. Es ingresado en la uci 6 del HUCA. Le subieron para planta, pero a los dos días tuvo que volver para la uci. Le preguntamos a la neurocirujana que si podría ser que el tumor hubiera crecido, y nos contestó que si tragaba líquidos que no era problema del tumor, que era por la neumonía por lo que no tragaba bien. Según los resultados de la anatomía patológica, era un tumor “bueno”, que no había motivos para pensar lo contrario, según la opinión de la neurocirujana. Cuál sería nuestra sorpresa cuando al día siguiente le hacen la resonancia y no sólo el tumor creció sino que aumentó su tamaño más del doble y después resultó ser un tumor maligno de máxima agresividad en estadio muy avanzado.

Y ahora es cuando me pregunto yo. Se analizó lo que se sacó pero..., ¿y lo que quedó dentro? ¿Cómo puede estar esta persona tan segura? ¿No le pareció raro que tuviera esos problemas? Después de todo el historial médico que tuvo mi hijo, ¿cómo no se hace un seguimiento? Cuando me llamaba y me decía "mamá no puedo hacer la rehabilitación, tengo unos dolores terribles", yo le insistía para que no lo dejara, pensando que lo hacía bien y lo único que resultó fue un gran sufrimiento innecesario para mi hijo.

Esta carta ya la he escrito innumerables veces; la leo, la retoco pero siempre llego a la misma conclusión. Por mucho que me pregunto ¿se hizo todo lo que se pudo?, ellos te dicen lo que quieres oír. Pero yo no estoy conforme y les diré por qué. En primer lugar según el informe médico (y muchos lo leyeron) los síntomas de mi hijo cuando acudió a Arriondas no tenían nada que ver con el linfoma. Sin embargo se centraron en él y se olvidaron de lo demás. Cuando la hematóloga pidió la resonancia, ¿cómo se tarda un mes en hacerla? Lo único que sé es que yo he perdido a mi hijo y eso es irreemplazable y lo que pretendo con esta carta es que en una enfermedad de este tipo se empleen todos los medios a nuestro alcance con prioridad tanto en diagnosis como en tratamiento y seguimiento para poder mitigar el grandísimo sufrimiento que acarrea al enfermo y a su familia.

Para que conste y sea de público conocimiento mi experiencia y todo aquel que se encuentre en un caso similar pueda actuar de la forma más adecuada y así mitigar el sufrimiento en la mayor medida posible.

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