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La pregunta por el hombre

4 de Diciembre del 2015 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

Según sea la respuesta que demos a la pregunta ¿Qué es el hombre?, así entenderemos cuál es el sentido de nuestra vida, aquello que debemos hacer y que cabe esperar. En la civilización Occidental, la idea de hombre como un ser dotado de dignidad, plenamente libre para hacer y dar sentido a su existencia, cabe a sus semejantes igual ante la ley, inclinado a convivir con otros hombres en una relación de reciprocidad, con el deber de buscar la Verdad y responsable único para alcanzar la felicidad de la que sea capaz, hunde su raíz en el humanismo judeocristiano que pone el fundamento de todo lo existen en Dios quien ha creado al hombre a su imagen y semejanza, partícipe de su espíritu, lo que le convierte en el ser con dignidad y, como Él, soberano único de su vida. Es esta antropología judeocristiana es el humus en el que enraíza la Occidentalidad nacida con el derrumbe de la civilización Romana.

En el siglo XIX, Marx, al negar la existencia de Dios, dejaba al hombre sin el fundamento de la dignidad y la libertad, reducido a solo materia, su ser es el producto resultante de la totalidad de las relaciones sociales. En el primer tercio del siglo XX, Sartre, si bien su concepción del hombre como ser plenamente libre, dueño y señor de su vida, no es más que una versión de la antropología judeocristiana, sin embargo, elude dar razón de la condición de ser libre del hombre, consciente de que, al negar la existencia de Dios, cualquier otra explicación bien de índole materialista, bien sociológica histórica, sería incurrir en contradicción con la condición de ser libre que reconoce en el hombre.

De lo que no cabe duda es que el hombre es el único ser que se conduce según la concepción que de sí mismo y de la realidad tenga; consiguientemente, según sea la cosmovisión que el individuo o un grupo tenga, así será la meta elegida y el proceder que seguirá para la consecución de ésta. Lo que sea cada forma de vida, sistema político, económico y educativo, es en razón de las convicciones a las que ha dado acogida los miembros de esa comunidad. Así, pues, si Dios, en su omnipotencia y bondad infinitas, nos creó a imagen y semejanza suya, no puede ser otro el modo de ser de la criatura que soberano de sus actos, responsable único de su vida; y, al hacer Dios partícipe al hombre de su ser, le dotó del don más sagrado, el de la dignidad. Pero una concepción que parte de negar la existencia de Dios, que al hombre sólo se le reconoce un origen material, cuya pasta será informada por el conjunto de relaciones sociales, no otra comprensión tendrá el hombre de sí mismo que la de un ser determinado por la leyes que rigen en la naturaleza, manufacturado por la sociedad: Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales (Tesis sobre Feurbach) y No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia (Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política).

A pesar de la diferencia doctrinal insalvable, marxismo y judeocristianismo comparten algunas similitudes. En primer lugar, ambas doctrinas ofrecen una cosmovisión. El judeocristianismo explica la existencia del universo y el orden observable como obra del Hacedor omnisciente y omnipotente, a cuya bondad y voluntad infinitas el hombre debe su existencia y los dones de la dignidad, la libertad y la inteligencia; es, pues, el único responsable de la felicidad personal y del orden social justo, que sea capaz de alcanzar en el uso de sus facultades y en asociación con sus semejantes. Mas la imagen que el marxismo dibuja del judeocristianismo como el opio del pueblo, por apartar de la mente de los hombres los problemas sociales, no es justa por deformada. La realidad no asiste al marxismo: tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento son numerosas las referencias al orden social y político justo, al modo humano de convivencia, así como el compromiso moral que cada uno tiene con el prójimo.

La versión sesgada que ofrece el marxiano no es inocente, responde a la intención de descalificar la doctrina judeocristiana, porque deja al descubierto las carencias de la doctrina marxista, cuyo punto de partida es la negación de la dignidad del hombre y la libertad individual, convicciones que hay que erradicar de la conciencia de los hombres, por tratarse de ficciones ideológicas burguesas judeocristianas que retrasan el proyecto del despotismo obrerista o dictadura del proletariado: La lucha contra la religión es, por tanto, indirectamente, la lucha contra aquel mundo que tiene en la religión su aroma espiritual (Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel). Efectivamente, no otra actitud se puede esperar del marxismo respecto del judeocristianismo que la descalificación, porque, frente a la dictadura del proletariado y el determinismo materialista-economicista, en el humanismo judeocristiano hunde sus raíces tanto la doctrina de la dignidad, libertad y derechos individuales, como la doctrina de la limitación del gobierno o doctrina del contrapoder como garantía de las libertades políticas e individuales. A cambio, el marxismo presenta a sus adeptos y sometidos una cosmovisión que niega la existencia de Dios y que afirma la eternidad de lo existente, así como la naturaleza material del hombre sujeta al determinismo del universo físico.

Diferente es también la concepción de la historia de ambas doctrinas. En la doctrina judeocristiana la historia es lineal, tiene principio y fin, cuyo devenir no responde a un plan preconcebido sino a la acción libre de sus agentes, proceso que tiene el comienzo con el pecado original, esto es, con el comienzo del proceso dramático de la existencia del hombre, única criatura libre para conseguir la felicidad de la que sea capaz con su propio esfuerzo y, consiguientemente, responsable de su vida. Mas, en este escenario dramático representado por la única criatura libre, no es óbice para que Dios, mediante elegidos o Él mismo encarnado en la figura de Jesús, se manifieste para orientar a su criatura. En cambio, en la doctrina marxiana la historia es concebida como un ente real, que responde a un plan predeterminado de procesos y cambios de sistemas económicos y de producción, nunca como el escenario de la acción libre de los hombres. Los marxianos, pues, conciben la historia como una realidad sometida a un proceso evolutivo, gobernada por las leyes dialécticas de la lucha de clases, cuyo comienzo tuvo lugar cuando unos hombres decidieron apropiarse de lo que, por naturaleza, era de todo, dando así nacimiento a las clases sociales, realidad en cuyo devenir un sistema económico engendra y da paso a otro nuevo y, así, hasta llegar al fin de la historia con el nacimiento de la sociedad comunista, donde quedará abolida la propiedad privada burguesa y el proletariado se valga de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante (Manifiesto del Partido Comunista). En este trayecto evolutivo, el hombre es tan sólo una pieza del engranaje en el sistema de producción y de la clase social a la que pertenece. La historia marxiana, en cuanto ente en sí, requiere de la interpretación de su naturaleza y leyes dialécticas; no es, pues, el caso de la historia judeocristiana que, en cuanto producto de la acción libre de los hombres, es objeto de narración.

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