Y ya van cuatro
El día 6 de diciembre ha hecho cuatro años que mi madre se murió. Poco a poco todo va ordenándose y volviendo a la normalidad en la vida de nuestra mutilada familia. El duelo ha sido inmenso y duradero, pero con unión, empuje y cariño hemos conseguido -casi- vencerlo del todo.
Desde el primer momento afronté -afrontamos- con naturalidad la falta de ella, nunca he tenido reparos en decir que era huérfano o que mi madre había fallecido. Esto impacta a la gente, pero es así. Mamá me preparó durante años, poco a poco, para afrontar este trance y no lo hizo mal.
No voy a negar que hubo días enteros de lloros: mañanas grises, tardes brumosas y noches aun más oscuras. Pero mucho más duro que todo esto es el paso del tiempo: descubrir un día que ya no recuerdas su voz, que tu pituitaria no guarda su olor, no poder evocar el tacto de sus besos y caricias. Tener que contertarme con fotos, vídeos y mis recuerdos. Sin embargo, abrir la puerta de casa y mirar, de forma instintiva, si está ella o marcar su numero de móvil son acciones inconscientes que hacen que esté siempre a mi lado.
Lo que sí espero es recordar, por y para siempre, las enseñanzas y consejos, la sonrisa, sus manos. Tenerla siempre presente como ejemplo de vida.
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